Prácticamente
seis meses sin dar señal alguna. Algunos averiguaron si seguía vivo o si estaba
enfermo. Sí y no. Sí, sigo vivo. No, no estoy ni estuve enfermo. Estoy
simplemente gozándome con la nueva existencia que me ha tocado. Y no sé bien
qué contarles.
Hay
tan poco que contar. Y al mismo tiempo podría haber tanto.
No
me atrevo a molestarles con el transcurrir de un trajín cotidiano lleno de rutinas
activas pero tranquilas, con el encierro en naturaleza del que salgo cada vez
menos, apenas para las compras en la ciudad cercana, con mis reencuentros del
estar rural, de sus ritmos, de sus trabajos y sus espectáculos, con las
evoluciones de cuerpo y mente que a veces se vigorizan y otras veces flojean.
La
aventura, la intensidad, el permanente renovar están en otro plano, en los
sentimientos y emociones con los que recibo este vivir, sus descubrimientos,
sus comprobaciones, sus sorpresas. La procesión va por dentro y es de casi puro
carnaval y alegrías. Pero esto no se puede contar en un blog. O más bien habría
yo de volver a aprender a contar.
Claro,
también me llegan algunos estímulos del mundo exterior para sacarme del devenir
ermitaño. Me anunciaron hace poco que la difusión en el Cáucaso de algunas de
nuestras metodologías latinoamericanas empezaba a dar sus frutos y se me hizo
fiesta el saber que no había sido todo fracaso como creía, que no había sido
tiempo perdido. Me acabo de informar que el querido coronel Rubén Sánchez
falleció en Cochabamba y me llené de mis contrastados recuerdos de militares
del continente, desde el minigorila Alsogaray con quien compartí mi primer
almuerzo al desembarcar en Buenos Aires en diciembre de 1968 hasta Juan Velasco
Alvarado a quien sigo siempre agradecido por todo lo que hizo en el Perú y por
las oportunidades que nos brindó, a toda una generación, de formarnos construyendo
en vez de gastarnos sólo en denuncias y luchas o en rigores ideológicos. Hace
casi tres meses que intento atender mi deuda con la Amazonía peruana volcando
algo de mis energías diarias en ordenar bibliografía y experiencias sobre las
bondades del aceite de copaiba y sobre los métodos para extraerlo…
Pero
lo central es de hecho ese gozo ermitaño en el cerro. Nada de aburrimiento. Este
año llegaron mis primeras flores para armonizar con las silvestres que extiendo.
Los incipientes ensayos de huerto fueron ricos en hallazgos y risas. Tumbé
árboles para acoger horizontes lejanos por encima de una parte de mi prado y
para abrirla al sol y a posibles nuevos cultivos. Comencé el proceso para
establecer ahí andenes agrícolas al estilo de los Andes. Con la ayuda puntual
de maquinaria me lancé a la limpieza y rehabilitación de los caminos cercanos
que generaciones de campesinos empedraron a mano y cuidaron…
¿Qué
hay de ermitaño en eso? El ritmo por supuesto: son muchas las horas diarias en
que me quedo contemplando, meditando, antes, durante y después de las tareas. Y
también el desprendimiento paulatino del mundo, sus reglas, sus instrumentos.
No es que lo vaya negando sino que se aleja de a poco porque perturba con sus
horarios que no respetan al sol, con su calendario administrativo que no sirve
para la vida aquí, con sus múltiples normas por la negativa.
Todo
sería regocijo si no fuera por esa sensación de volverme inapto a la vida con
los demás. En estas semanas me estoy proponiendo hacer esfuerzos para conservar
la capacidad de relacionarme y de disfrutarlo. Primer paso: acabo de comprar un
gran calendario mural 2015.
Las Fayas,
martes 11 de noviembre del 2014
2 comentarios:
Querido Pierre, estoy muy contento de recibir asi inesperadamente noticias de ti y en plena alegria ! Una
Hola Una. Gusto saber de tí. ¿Cómo va la vida en Villefranche? Pierre
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