Lluvia, neblina, el ambiente de este otoño de julio me trae la pregunta: ¿por qué estoy aquí? Las emociones de vidas múltiples, los gozos de un devenir diario simple e imprevisible, físico y lírico, la alternancia de soledad y encuentros, todo esto podría sin duda hallarlo también en muchas otras partes del planeta, ¿no? Empezando por Francia cuyo esplendor descubro en cada gira a la que me arrastra mi guía.
¿En muchas partes? ¡No, carajo! No basta con la belleza, se requiere por igual la armonía. Y aquí está este “buron” que me escogió y con el que aprendemos a compartir. Patrice, el anterior propietario, bien hubiese podido vender más caro, a uno mejor forrado; prefirió cederlo a uno que supiese cultivarle el alma. Así que brindé mi paciencia, mis esfuerzos, algunos recursos y mi corazón para que la vida juntos sea dulce y sabrosa, armoniosa.
Cuántas veces en mis andanzas habré encontrado lugares que me hacían soñar con instalarme ahí, lugares pletóricos de energías, de vidas, de historia, de promesas, donde hubiese querido posarme por fin, al menos ofrecerme una pausa larga… Sobre todo en esa América Latina que mis actividades en periodismo, en turismo, en desarrollo rural, me llevaron a recorrer intensamente durante cuarenta años, al punto que soy probablemente una de las pocas personas que haya llegado a tantos rincones perdidos de tantos países del continente. En casi cada viaje he sentido la chispa de las ganas, las ganas de quedarme, de no volver a irme. ¿Por qué no haberlo hecho en América Latina, allí donde aprendí lo que es armonía?
¿Por qué? Por esta cabezota, por ejemplo ésa que el nieto Yvyrahí acaba de querer registrar con su risa de tarta de arándanos. Esa cara de viejo gringo loco…
Además progresivamente las leyes se endurecen y me es cada vez más difícil tener residencia en un país del que salgo tan a menudo y ante el cual no puedo demostrar ingresos fijos ya que soy un mero jornalero.
Así es cómo, ya que el buron me había acogido y me sugería vivir “mi” vida, escogí Francia. O más bien: el buron me escogió, entonces escogí el buron, escogí Les Fayes, y Francia vino de yapa… Una yapa que aprecio, por cierto.
¿No soy gringo loco, aquí? Oh, algo parecido. Aquí en Valcivières, donde la mayoría de campesinos ya se fueron hace tiempo, me pueden decir jipi, chiflado del cerro, serrano, campeche, orate o lo que sea… Poco importa si como tal entro en armonía con el paisaje…
Les Fayes, 28 de julio del 2011