jueves, 27 de marzo de 2014

Con pausas se viene la primavera

Las nieves de enero y febrero demoraron mucho en derretirse a pesar del clima primaveral que nos vitalizó en las tres primeras semanas soleadas de marzo. Al menos aquellos caminos mal orientados quedaron largo tiempo con su revestimiento de hielo, imposibles de transitar. Mis reservas de víveres están disminuyendo y aspiro a recargar mis depósitos.
Pero el cerro se llenó de voces y actividades de todo tipo, con las permanencias de vecinos radicados lejos, con las visitas frecuentes de los vecinos más cercanos, con la corta estadía de una tropilla familiar: tres nietos conducidos por Carla, mi hija mayor, recientemente reinstalada en Francia y que no había estado aquí desde el día en que compré la casa, hace diez años. ¡Qué tal zafarrancho de gentes luego de estar más de un mes sin bajar nunca a la ciudad próxima! Lo gocé.

Con descendientes así, ¿quién se sorprende que yo termine de eremita?

A la vez fue el reencuentro denso con las tareas físicas en exteriores, sobre todo leña, caminos y limpieza de los terrenos cargados de ramas y ramitas caídas por efecto de las nieves pesadas.
Hasta que, este sábado último, volviese a nevar. Luego de una semana intensa en que mi cuerpo desacostumbrado comenzó a quejarse de tanto agacharse para recoger de todo, de tanto cargar troncos y leños, de tantas horas diarias con alguna herramienta en la mano, la novedad no me perturbó. Más bien la oportunidad de una pausa era bienvenida ya que, por más que trate de controlar lo mejor posible mis entusiasmos, sigo con rezagos de ese temperamento extremo que me acompañó toda mi vida.
Además, ¿por qué no aprovechar para salir, para dar esa vuelta al Norte de Francia hacia mi amiga Annik quien, en Normandía temperada y lluviosa, sufre bajo el imperialismo de un verde pasto exuberante; hacia mi hermano Philippe, en la Champagne, el último de mi familia de origen con quien mantenga contacto estrecho y cariño mutuo? El domingo en la mañana me sentía totalmente decidido: ¡mañana en la noche me voy por una semana o diez días!
Bueno, antes de medio-día estaba votando en las elecciones municipales (primera vez que lo hago en elecciones oficiales ya que no creo en el imperialismo de la democracia occidental, pero tenía que demostrar mi solidaridad con quienes se oponen al nuevo hacendado aristocrático que pretende, a base de subsidios, crear su feudo y excluir a los demás); al medio-día me enteraba que, durante esos eventuales diez días fuera, iba a estar, en el abra cercana, un caminante-cuentero que recorre todos los pueblos del Parque Regional al que pertenezco; en la tarde me regocijé con el teatro de una tormenta de “grésil”, un granizo menudo y duro. En la noche estaba menos seguro de la conveniencia de salir de aquí. Una nueva pausa de hibernación podría ser sabrosa.
La hamaca de las nieves
Me quedé. La pausa resultó provechosa. Hoy, primera vez en mucho tiempo, logré preparar respuestas a tantos mensajes internet en espera; me motivé para escribir esta nota para el blog desatendido desde hace mucho; pronto iré a regodearme en la hamaca, en la hamaca de las nieves. Sí, es mi último hallazgo: colgar una silla-hamaca de las traídas hace mucho desde Nicaragua y solazarme en ella, no en medio del calor tropical sino en el frío vigorizante de mis cerros.
¿Quién dijo que había que ser razonable? Para el vivir bien también hay que saber ser delirante. Y aceptar las pausas. Precisamente estoy pensando en otra pausa: luego de dos años de dejarme crecer todo tipo de pelos (coquetería de viejo) creo que voy a hacer una pausa de barba y afeitarme muy pronto…

Con semejante abuelo, ¿cómo sorprenderse que los nietos sean así?
Las Fayas de Le Perrier, miércoles 26 de marzo de 2014