Muy
dulce emoción la que me impregna en este mediodía. La de estar naciendo a otros
tiempos, a nuevos devenires.
Sensación
del plazo corto. Acabo de redistribuir los restos de la enorme sopa de coles (y
tantas otras cosas) que me acompañó en estas dos semanas, cocinándose a fuego
lento en la esquina de mi estufa, el Thierry, renovándose al ritmo del consumo:
podré comenzar otra. Dos minicontenedores de vino (tinto y rosado) se agotaron:
dejan su lugar para otros dos (tinto y gris). Mi olla de lentejas desapareció
en la cena de anoche: voy a soñar emprendimientos renovados. Estoy ingresando y
quemando los últimos saldos de leña mala: pronto ensayaré los frutos de mis
obras anteriores. El invierno, luego de una escaramuza sorpresiva (diez grados
bajo cero), anuncia su pronta instalación: podré reencontrarme con ritmos de
soledad fructífera.
Sensación
del plazo largo. Algo fundamental sucedió en los últimos meses. Mi presencia en
el paisaje cambió, se enriqueció. Había sido uno de mis grandes aprendizajes de
estos dos años en la casita del cerro: no es lo mismo disfrutar de un paisaje que
formar parte del paisaje. Con paciencia y entrega, había sentido que a pasos
lentos iba incorporándome al paisaje natural de este cerro, que éste me acogía
y me aceptaba como miembro y no como simple visitante. Pero eso no valía más
que en soledad. Apenas surgían otras personas me devolvían a mi estatus de
intruso y aprendiz.
Anoche
vinieron a cenar mis vecinos más próximos, con quienes había tenido relaciones
distantes, equívocas. Ya conozco a todo el vecindario de Las Fayas y Las
Chaumettes y los tratos son cuando menos cordiales. Mis contactos con
pobladores de cerros y valles cercanos se multiplicaron. Estoy por fin
aprendiendo a hacer mis compras en el mercado de productores locales (no había
querido “jugar al buen vecino” sino que esperé a estar preparado, abierto). Las
tropelías de una familia de nuevos llegados con afanes de hacendados medievales
ayudaron a reunirnos para preservar cierta calidad de vida.
Es
decir que también empiezo a formar parte del paisaje social.
Las
tres últimas semanas fueron también marcadas por una serie de mensajes de
amigos de América Latina preocupados por mi largo silencio. No es que me hayan
recordado que también formo parte de otros paisajes, allá, pues lo sé, pero
llamaron mi atención sobre mis descuidos, mi paulatino alejamiento.
Me
ayudaron a tomar una decisión y superar un bloqueo reciente: me había impuesto la
obligación de escribir este blog en ambos idiomas pero la carga de traducir me
estaba volviendo mudo. Acabo por tanto de asumir que no ya no tengo capacidad
para semejante carga y que es preferible recobrar la libertad y por tanto el
gozo de compartir con cada quien en su idioma, en su cultura, en su… paisaje.
Así es, de hoy en adelante desaparece la numeración que pretendía garantizar
equivalencias, se diferencian ambos blogs para respetar las ganas, los
sentires, las complicidades con cada uno de mis mundos.
Buscaba
un regalo para ofrecernos en oportunidad de esta nueva fase. No encontré nada
mejor que una foto que ilustra mi vida actual. Aparezco sumergido por la leña
pero no estoy sumergido, estoy emergiendo, feliz. Radiante por tantas horas
dedicadas a algo esencial para la vida aquí, orgulloso de mis nuevas artes,
gozoso porque me espera un invierno menos aventurado que los anteriores. ¡Que
disfruten!
Las Fayas,
viernes 2 de noviembre del 2012