viernes, 29 de noviembre de 2013

Sabores latino-solidarios en el cerro

Antes de hablar de frío, gozos del otoño desde la hamaca nica
Diez grados bajo cero esta mañana. El poco menos de un metro de nieve que cayó permanece y se endurece. Con vientos fuertes que rafagaron sobre ramas cargadas de hielo y sobre troncos que se iban doblando bajo el peso, ya tenemos casi los daños de un invierno entero pero en apenas diez días. Mis sesiones en exteriores han disminuido pero son regocijantes por la alternancia con el crecido calor de mi interior. La hibernación empezó con todo… y con mucho agrado.
Esta dulce emoción proviene evidentemente de la tranquilidad y aislamiento que trae el clima. Pero mucho tiene que ver con los afectos que están calentando mi corazón en este final del 2013.
Al despertarme hoy quise quedarme rato en la cama para saborear la nueva sensación: vientos como los de la noche se infiltraban aún en la planta alta el año pasado y me obligaban a buscar refugio en un cuarto de la planta baja. Se acabó. Ni un soplo de aire ahora. Puedo quedarme arriba. Ya tengo dormitorio al año. Y eso gracias a los vecinos y amigos que se turnan para realizar las pequeñas mejoras necesarias. ¿Qué más pedir para calentar el corazón cuando cada objeto es algo más que material, es un cariño?
La dulce emoción se viste además, este año, con una renovada manta de solidaridad latinoamericana. ¿El nuevo surmenaje había llegado esta vez con algo de depre? La multiplicación de mensajes desde diversos países y familias volteó mi ánimo.
Más aún: esta vez había solicitado ayuda para mi sitio web bloqueado a fin de encontrar solución o alternativa y poder seguir brindando acceso al fondo de documentación que acumulé en mis recorridos; recibí varias propuestas y, finalmente, en poco más de una semana, por intermedio de Guillermo en Cusco, todo se resolvió, el sitio web recobró su vigencia, su utilidad.
Mi alegría va más allá de esa simple utilidad. Ahora que me cuesta cada vez más escribir, hasta simples mensajes personales, el sitio web y este blog son para mí una forma de mantener el contacto, una presencia, una relación. Los prefiero mil veces a las supuestas “redes sociales” tipo facebook (donde me dejé entrampar por ignorancia y al que huyo como la peste) o linkeld (al cual sigo resistiendo a pesar de las múltiples solicitudes): van con mi actual ritmo y estilo de vida. Un poco de disponibilidad y servicio (documentación). Un poco de noticias, con sus largos silencios para no atropellar ni saturar (ni a los amigos ni a mí), con la sazón de las palabras o imágenes que uno va acogiendo pausadamente, paladeando y, a ratos, enviando.
Claro, eso no reemplaza el sabor tan rico de los encuentros directos y personales, tal como lo pude vivir nuevamente en el Perú este año, en Bolivia el año pasado. Pero son limitados. Y unilaterales. Voy pero es más difícil que vengan aquí.
Aunque… El pionero ha sido, a fines de agosto, Gregorio, el de Sucre. Por cierto tiene facilidades: es originario de Francia y periódicamente visita a su familia. Pero tiene mérito; se tomó tiempo para pasar unos días en la casita del cerro. Tiempo para saborear las horas tranquilas y mis rudimentos de gastronomía.
¡Y no se aburrió! Aprovechó la oportunidad para reaprender ciertas artes de la vida rural de antes aquí. Miren con qué concentración levanta el hacha para partir leños con los que me caliento ahora. Me quedé admirado. Y me quedé feliz de recibir así un primer embajador. Así que… bienvenidos. No se preocupen: el hacha no es obligación; hay otras opciones…

Las Fayas, miércoles 27 de noviembre del 2013

domingo, 29 de septiembre de 2013

Sobre silencios, calendarios, surmenajes y otoños

Casi tres meses sin visitar este blog. Una causa única: el calendario. A diferencia de los muchos meses anteriores, acabo de andar con un calendario en la cabeza, es decir que desde mayo estoy en plan de correr en vez de nacer cada día al día como tal, en plan de cumplir en vez de vivir: entre el viaje al Perú y las andanzas en Marruecos se multiplicaron las actividades, las obligaciones, los ritmos acelerados. Y ya no estoy para eso. De ahí el largo silencio.
¡Oh, me gocé por cierto! Los reencuentros con el Perú, con los amigos y cariños, con la Amazonía y mis huellas tan antiguas, con las gentes y sus artes, fueron sabrosísimos. Los recorridos por el Anti-Atlas marroquí, con su historia de perseverancia, creatividad y solidaridad, fueron estimulantes. Además me emocionaba sentir mi intelecto activo, lento pero atento y recobrando sus ardores visionarios.
Pero… Con el Perú se trataba también de escribir cuando, en un año, apenas si había parido unas veinte páginas máximo (para este blog y el francés): ¡qué duro volver a llenar líneas y líneas, por más que estén las ganas de compartir! Con el trabajo de Marruecos los desafíos fueron muchísimo más exigentes de lo previsto: estuve en plena interculturalidad, bailando entre lo berberisco de la zona misma, lo árabe del país, lo francés de los migrantes y sus aliados, todo eso además de las tensiones de enfoque y de metodología entre la cultura desarrollista a la francesa y mi propia “cultura de la gente” forjada en América Latina.
Resultó agotador, demasiado. A tal punto que llegó la hora del surmenaje. En Marruecos había percibido las primeras alertas, pero aún soñaba y además me había comprometido. La semana pasada bastaron unas contrariedades para que, en menos de una hora, surja el cartelito de “se acabó”, para que la cabeza estallara a la menor mención de “trabajo”.
No estoy preocupado. Dentro de doce meses festejaré el trigésimo aniversario de mi primer surmenaje. Y hace mucho que aprendí a estar con él, a considerarlo como mi amigo, mi salvador. Sé que le debo la vida, que sin él hace muchos años que hubiera muerto: me protege de mí mismo, de mi cabeza que siempre quiere más, que se acelera, que se regocija en visiones de todo lo que podría ser y que luego me manda hacer… demasiado.
¿Se acabó? Bueno sí: el calendario, los compromisos, la vorágine del hacer para el mundo. Y llegó el otoño. Estoy escribiendo en mi terraza soleada. A la música de los insectos se están agregando las notas de las primeras hojas que caen, una a una, como a la hora del ensayo antes del concierto, cuando se prueban los instrumentos.
El otoño es pintor también. Este año los serbales están cargados de frutos y sus racimos rojos ya destacan por todas partes en el paisaje. Los árboles en general prueban sus próximos atuendos y buscan los coloridos adecuados para celebrar la despedida de sus hojas. Sé que será progresivo. Aún no conozco bien pero creo que las últimas serán las hayas y antes de ellas los arces.
¿Qué más pedir para alcanzar una buena densidad de descanso, para salir del silencio y compartirles, para olvidar el calendario y reencontrar la naturaleza con sus ritmos, colores y sonidos? Que me vengan a visitar mis amigos… El venado, no creo que se aparezca: empezó la temporada de caza. Lo reemplazaron el faisán anoche y su hembra la semana pasada. La ardilla fue el sábado. Los pájaros, todos los días; depende de la hora, por tanto de mi disponibilidad.
Las Fayas, el martes 24 de setiembre del 2013

Nota: Consecuencia del ritmo y de mi cada vez más limitada capacidad de gestión, el sitio web p-zutter.net quedó bloqueado, probablemente en forma definitiva. Si, en el Perú y/o en Bolivia, algún centro, no universitario, está interesado en recoger y hacer accesible el fondo documental que está ahí, avísenme.

domingo, 30 de junio de 2013

Cuando los humos limeños embroman las maravillas peruanas

Esta mañana salió el sol sobre Lima. Tengo que aprovechar para buscar mi ánima que, desde mi retorno el miércoles en la noche, se diluyó entre las garúas y tristezas de esta ciudad.
Soy del campo y hace ya cuarenta años que me acostumbré a enfrentar la depre de todo regreso a la capital peruana luego de disfrutar en provincias. Pero esta vez es peor: me siento rechazado; ya no logro restablecer la comunicación con este mundo que compartí tantos decenios.
¡Tan bien había arrancado este viaje! Apenas una semanita corta en la ciudad para los contactos necesarios y los cariños de amigos y familias y ya me embarcaba para la selva. Pucallpa primero que dejé por última vez en el 74; luego Puerto Bermúdez dónde había aterrizado alguna vez el 74 o el 75; por fin surcando hacia el Alto Ucayali para aquellas visitas de comunidades nativas a las que mi amigo Gastón Villeneuve me invitaba hace cuarenta años y que no había podido emprender con él. Navegar en la inmensidad del río-continente. Adentrarse en la magia de pequeños afluentes en los que prolifera la vida, en las aguas, sobre las aguas, en las riberas, en el bosque que poco se ve y mucho se escucha, en los aires…
Regresaba cargado de emociones y de energías pero ya sabía que no encontraría aquella ciudad de Lima a la que tan duramente me había acostumbrado, donde había logrado hacerme un huequito más o menos sereno. Así es. En el aeropuerto ya no anuncié la dirección usual: “Hostal Porta, en Miraflores, en Fanning con Porta”. Esta vez hubo que dar los datos del amigo Jesús porque allí me alojo desde que los humos limeños me condenaron al exilio.
Hostal Porta. Era uno de mis secretos. Sólo revelaba sus coordenadas a los íntimos: no se divulgan los lugares privilegiados a fin de preservarlos de la afluencia. Ahora ya no importa. No volveré. Tampoco volveré a Miraflores. ¡“Prohibido fumar”!
Prohibido fumar en la hostal que respira vida con sus paredes de adobe y su ambiente familiar, prohibido fumar tanto en mi habitación como en esos patios donde escribí tantas páginas de libros. Prohibido fumar en las terrazas abiertas de cafés y restaurantes. Prohibido vivir en público para los fumadores. Prohibido acercarse a Lima…
He andado mucho y por muchos países y continentes y nunca me había sentido hasta ese punto como un leproso condenado a esconderse, casi obligado a colgarse una campanita para, al igual que los de antaño, anunciar su proximidad. Porque nunca había encontrado tal dogmatismo anti-fumador.
Lo peor es que no me sorprende. Está en consonancia con el dogmatismo de los humos que se respiran en este nuevo mundo, humos de soberbia, humos de elitismo, humos de negación de la vida y sus sabores y de dictadura del “éxito”. “Éxito” y “triunfar” son los lemas dominantes en la publicidad y en los títulos de los escaparates de librería. Una ciudad que ya no sirve para vivir sino solamente para triunfar. Y que se jodan los que no quieren o no logran entrar a la pasteurización del éxito, del modernismo a ultranza, del consumismo huachafo…
Personalmente me gusta saborear la vida, sus sabores, sus cariños. Y el Perú me los brinda a montones. ¿Lima? La comida lo dice todo. Para unos, los que tienen “éxito”, los nuevos humos de “La Gastronomía Peruana”. Para la mayoría, pura harina de pescado, con formato de pollo y en reemplazo de los ingredientes de tantos platos tradicionales. Lo siento, el caucau con apollada harina de pescado no me apetece.

Lima, Perú, el domingo 30 de junio del 2013

lunes, 27 de mayo de 2013

Harto pero ilusionado


Acabo de intentarlo. Fui a mi pradera para preparar el espacio de una nueva pila de leña a secar con vistas al próximo invierno. No duré mucho: nieve y hielo me devolvieron adentro. ¡Sí, nieve y hielo a fines de mayo! Algo pocas veces visto. O nunca según Jean-Claude, mi vecino artesano quien está ahora arreglando mis paredes (arreglando es poco decir: en el lenguaje profesional se usan términos del tejido de punto ya que se trata de rehacer el maltrecho tejido de piedras).
Así es. Pasó mes y medio desde mi última nota pero seguimos en las mismas. Este invierno ha durado dos veces más que el del año pasado. Evidentemente no quedan esperanzas de cosechar arándanos, frambuesas ni otras frutas locales. Tampoco pude hacer adecuadamente la limpieza de primavera a base de diente de león, hojas de ajo silvestre, savia de abedules y demás maravillas.
Habré comprobado que la luna no lo puede todo, que el voluntarismo no es suficiente (hace quince días guardé en su baúl los equipos de invierno como guantes, calzados forrados, bolsas de agua caliente, raquetas para caminar nieve…), que las reservas de leña deben prever ciertos extremos (desde ayer estoy quemando leña del siguiente invierno), que no sería mala idea planear, para otros años, algún viaje hacia el sol mientras hiela aquí.
¿Por qué negarlo? Estoy, todos estamos, hartos de esta temporada que no termina. Bueno, para mí ésta se va a acabar muy pronto: me voy.
No, no abandono mi cerro. Sólo me doy una escapada en busca de vida. El sol de la Amazonía peruana. El calor de familias y amigos que dejé en América Latina. Me embarco el 3 de junio y, luego de unos días en Lima, sigo hacia Pucallpa, Puerto Bermúdez y otros.
Este viaje lo veía como la fiesta en que uno recoge sus pasos, celebra los reencuentros, renueva sus viejas artes. Hoy lo siento sobre todo como una terapia indispensable para levantar la moral, el cuerpo y el espíritu. Tan bajo estoy que ni ganas tengo de ponerles alguna fotito de mis paisajes, de las nuevas paredes que la casita se merecía, de los avances en lucir el segundo piso, el de madera, de las limpiezas del campo de arándanos que por fin he terminado ayer.
Sólo es hoy. Sé que este lunes, pasada la nevada, estaré nuevamente embriagado de pena al dejar tantas tareas pendientes y al mismo tiempo de entusiasmo ante las cercanas aventuras en el Perú y en Marruecos. Sí, en Marruecos. Finalmente me decidí y a partir de agosto voy a colaborar con migrantes que ayudan allí a su zona de origen. Oportunidad para profundizar el tema de la migración que desde hace treinta años intento, casi vanamente, promover en nuestros proyectos como un potencial a optimizar y no como un problema a resolver.
Sólo es hoy. Sé que el siguiente lunes aterrizaré en Lima y extrañaré mi casita del cerro como hoy extraño América Latina. Sé que me costará hallarme nuevamente en medio de mucha gente y que me gozaré del hecho que sea precisamente esa gente. Sé que no haré dieta y que los manjares peruanos reemplazarán muy bien los quesos franceses. Sé que todo será nuevo y sin embargo tan antiguamente impreso en los poros de mi piel.
Sólo es hoy. Sólo es esta hora. Bastaría que el rayo de sol que intenta llegar en este instante logre permanecer para que hoy sea lunes, éste o el siguiente.
Las Fayas, viernes 24 de mayo del 2013
el sábado 25 habían 20 cm de nieve,  ¡qué lindo!

miércoles, 10 de abril de 2013

Carcajadas de luna desnevada


Grandes carcajadas en mi casita esta mañana. Carcajadas a solas, no tenía con quien compartirlas. ¡Pero qué regocijo! No suelo hablar solo en voz alta. De ahí que a menudo me cueste encontrarla, mi voz, cuando llega alguien o suena el teléfono. Pero esta mañana las carcajadas me sorprendieron y salieron a raudales.
Fue cuando comprobé que ya eran cinco los centímetros de nieve que habían caído. ¡Otra vez me había sucedido! Van largas semanas en que periódicamente me ilusiono con el desnieve y la posibilidad de volver a emprender actividades afuera. Y van varias veces que, al tener caminos y pradera más menos despejados, me lanzo entusiasta a tumbar, trozar y quemar para comprobar, al día siguiente, que un nuevo ciclo nevoso había llegado para cortarme las alas.
A la hora de iniciar...
Así fue ayer, domingo. La mañana era bien fría, cinco grados bajo cero cuando me levanté, pero estaba motivado. ¿Cielo cubierto y neblina? De las doce hasta las ocho de la noche estuve acarreando ramas para quemarlas y limpiar así el camino de la parte baja de mi pradera, allí donde estoy abriendo paso al paisaje. Me acosté feliz con mi obra.
Hoy, apenas comenzó algo de luminosidad, salté de la cama y casi enseguida salí afuera para fumar en terraza con un vaso de naranja. La temperatura apenas había bajado a dos bajo cero, no había viento, saboreé el momento y entré a hacer café y a prepararme para seguir mis trabajos. Cuando empujé nuevamente mi puerta… estaba nevando. Así es. Hasta ahora no he podido jamás tener dos jornadas seguidas de buena labor física.
En oportunidades anteriores me había agarrado algo de depre. Sobre todo hace un mes: no había sido nieve sino lluvia y barro lo que me impedía obrar. El ánimo recién me retornó al cuerpo después de dos días: nevó y la belleza de mi entorno compensó la frustración.
En tiempos de hibernación...
Sí. Este invierno se me hizo largo. Ya no soporto tener los pies aprisionados en calzados cerrados. Me cuesta seguir tanto tiempo adentro. Los placeres de la hibernación están volviéndose más insípidos. Empecé a dudar de poder hacer todo lo que he soñado.
Entonces, ¿por qué carcajadas hoy día? Un poco por lo repetitivo de mis desventuras. Mejor reír, ¿no? Un mucho porque se acaba de confirmar la postergación de mi viaje al Perú y podré cumplir con algunas tareas de primavera.
También porque esta vez le gané la carrera a la nieve en algo que se estaba volviendo preocupante: aprovisionarme de líquidos vitales… pero pesados para cargar a lomo. El miércoles, por más que el día fuera lindo, fui a comprar gasolina para los motores, vino y aperitivos para el alma, así como algunas conservas y algunos kilos de papas para el cuerpo, y logré subir todo con la carretilla mágica.
Es que ya había fallado en tres ocasiones, postergando esta molestia y lamentando luego (en marzo estuve tres semanas sin siquiera bajar del cerro para nada). Esta semana, la razón le había ganado por fin a la poesía.
¿Otro motivo para las carcajadas? ¡La luna! Por más que sé su influencia sobre el clima, hasta ahora no la había incluido en mis cavilaciones. Este invierno lo hice. Lo comprobé. Bien, dentro de dos noches tendremos luna nueva, ha de arrancar un  nuevo ciclo. Y, dicen, parece, la primavera va a llegar. Soy optimista. He decidido creerlo.
Las Fayas, lunes 8 de abril del 2013

martes, 26 de febrero de 2013

Sobre nieves y otras aventuras


Este invierno 2013 trajo más nieve de lo que había conocido en mis dos anteriores aquí. No me disgusta: se trata de una nueva dimensión que me toca aprehender. Además me decidí tardíamente a aprovechar el encierro para emprender arreglos en el piso superior y ya no había acceso vehicular para subir materiales: era oportunidad para comprobar virtudes y límites de la carretilla mágica. En enero, algo de deshielo permitió dos cargamentos.
A inicios de febrero necesitábamos más tablas y la nieve lo invadía todo. Mi joven mentor en artes carpinteras vino a colaborar y es un temerario. Agarró la carretilla y, solito y con brío, demostró lo imposible. Nuevos horizontes orugueros se abrían. Me volví intrépido. El miércoles 6, mientras arrancaba una nueva fase nevosa y glacial, nos lanzamos juntos al abordaje de la pendiente.


Estas fotos corresponden a la parte de abajo, cerca del caserío. Más arriba ya no hubo tiempo para registrar imágenes: el fotógrafo caminaba por delante con la pala para despejar los peores amontonamientos mientras yo seguía empujando la carretilla mágica cuyo motor necesitaba ayuda. Hora y media para ochocientos metros. Pero… ¡lo logramos! Lástima: la cámara no soportó el frío y se negó a grabar el momento glorioso de la llegada triunfal.
El viernes 8 hubiese tenido que partir hacia mi tierra natal, la Champagne. El jueves 7, al abrir mi puerta, comprobé que era ¡ahora o nunca! Pronto ya no habría paso…

Hasta pronto, buron.

Desde lo lejos, durante diez días, me informé de la evolución de las nieves en mi ladera: cayó casi un metro; mi retorno se vislumbraba folklórico. Preferí viajar de noche a fin de estar temprano y tener tiempo de enfrentar la realidad. Para subir, sólo cargué aquel mínimo de cosas que no sobrevivirían a una o dos noches de hielo en el auto: sabía que me iba a tocar mucho rato apaleando hasta alcanzar la puerta y lograr abrirla.
De hecho, le di duro a la pala pero… algo de nieve se había infiltrado en los intersticios para luego convertirse en hielo y presionar el tablero: mi llave no funcionaba, la manija se me quedó en la mano… Tuve que limpiar otro camino hasta la entrada de emergencia. Pude ingresar.
Luego, fueron otras horas más para despejar un poco mi espacio vital exterior. Pero fue un ejercicio bienvenido para desfogar el estrés de diez días “en el mundo”.
Así es. Mi terraza favorita es ahora un hueco en medio de murallas de nieve.
Pero me sigue brindando el gozo de un aperitivo en este paisaje.
El viernes 22 comenzó a nevar nuevamente pero decidí hacer una nueva experiencia. En vez de salir para trazar caminos, me instalé al costado de la estufa con una novela de 2500 páginas, sin asomarme afuera para nada. Hoy día, sé que esta cura se está acabando: esta noche dejará de nevar; y es urgente despejar mis dos últimas aperturas aún no sepultadas por la nieve si no quiero quedarme en la oscuridad.


Además mañana tendré que salir a la parte alta de la ladera para conectarme a internet y enviar esta nota sobre el blog. Será otra aventura…
Las Fayas, lunes 25 de febrero del 2013

jueves, 24 de enero de 2013

Votos por un 2013 pletórico de “adversidad”


Confieso que no se me había ocurrido preparar y enviar mis parabienes para el nuevo año. Inmerso en la naturaleza, el tránsito de un año administrativo a otro se nota poco. Mi fecha clave había sido el 28 de noviembre con el arranque de la nieve. Ahí se iniciaba el año climático, y mi tercer invierno aquí.
Claro, el 31 de diciembre bajé a compartir con vecinos conocidos y desconocidos la gran fiesta que habían organizado en la sede comunitaria. No era con el afán de festejos sino para aprovechar esa oportunidad de ampliar mi incorporación al paisaje social.
Entonces, ¿qué me motiva ahora? Ciertos efluvios imprevistos de una visita truncada.
El 2 de enero esperaba la venida de una familia de amigos que habían vacacionado en el centro de Francia. Muchísimos años sin verlos, o muy rara y brevemente. Pero, cuando me contactaron, surgió el recuerdo de aquella vez en que habíamos compartido días lindos con el “ingeniero Juan Yanyác” y con Suana, como les llamaban los campesinos. Fue en diciembre del 83, en Santo Tomás, Chumbivilcas, Cusco, Perú, “allí donde el diablo perdió su poncho” según la tradición peruana. ¡Qué mejor lugar para un reencuentro que mis Fayas!
Desde lo lejos, el paraje de la "adversidad": mi casa no se ve,
está  a media altura,  40% a la izquierda.
En aquel tiempo les envidiaba el poder permanecer ahí, lejos de la Lima donde trabajo y familia me obligaban a tener mi base, inmersos ellos en una vida rural densa en historia, en saberes, en cultura…
El 2 de enero no llegaron a mi casa. Oh, estuvieron cerquita, a apenas ochocientos metros, en Le Perrier donde termina el asfalto. Pero intentaron confirmar el camino a pie con el vecino que radica allí y éste les aseguró que… ¡yo no estaba! Lo hizo con la mejor intención: mi auto había estado estacionado ahí por un mes pero el deshielo me había permitido, dos días antes y sin avisarle, acercarlo un poco más a mi terreno y disminuir la cantidad de pasos con las cargas que tengo que subir. Pensó que me había ido de viaje, quiso evitarles una subida frustrante, y la frustración fue mayor aún por ambas partes.
Todo hubiera terminado ahí si, hace una semana, no hubiese recibido una muy gentil carta de los amigos en la que, entre otros, me bromean sobre mi “gusto por la adversidad” al haber escogido “parajes tan retirados”. Era broma, pues, pero me quedé alelado: ¡yo que me siento un privilegiado al poder gozar de este retiro, de este alejamiento de la contaminación, el ruido, la agitación, el consumismo, al poder saborear esta inmersión, esta plenitud, esta densidad de vida.
El viernes pasado compartí con Yank, el vecino apicultor que me visitaba, la sorpresa de esta “adversidad” y terminamos regodeándonos, en exteriores, ante el esplendor del “adverso” paisaje invernal, ante las “adversas” enigmas de huellas animales, ante las “adversas” salutaciones de grandes abedules cuyas cabezas besan el suelo bajo el peso de la nieve que ha regresado…
De ahí me nacieron las ganas de este mensaje de año nuevo: nos deseo a todos un 2013 pletórico de “adversidad”, deseo a los de mi generación la oportunidad de reencontrarse con esta “adversidad” porque el disfrute es ahora mucho mayor que a los veinte años, ya no es simple paréntesis (antes de tener casi inevitablemente que enfrentar las ciudades y las carreras laborales), es un apoteosis, un reencuentro con la esencia de los esenciales de la vida.
¡Que viva el 2013! ¡Que viva la “adversidad”!
Las Fayas, lunes 21 de enero del 2013