El
cielo está totalmente nublado y la casa está casi tan iluminada como en verano.
Ventajas de la nieve que reverbera toda luz presente. Primera nieve seria desde
hace casi mes y medio. Se terminó aquel intermedio que me regaló un sinfín de
actividades exteriores. Tumba o poda de árboles maltratados por las tormentas
de noviembre. Preparación de leña. Pero también, cosa excepcional en esta
temporada, limpieza a fondo de caminos y de drenes. Luego del largo y a veces
deprimente encierro del año pasado, me encuentro esta vez reconciliado con el
invierno. Y con ganas de disfrutar el nuevo ciclo de hielo y de paisajes
blancos y acristalados.
Desgraciadamente
no logré aún cumplir con los últimos compromisos laborales, en la Amazonía y en
Marruecos. Más todavía, acabo de sufrir una verdadera crisis de fobia a la
compu y a la escritura. A manera de duelo de un tipo de vida de la que me tengo
de despedir.
Digo
“desgraciadamente” porque, al mismo tiempo, siento crecer la leve emoción de un
renacer… en escritura. Los arreglos de casa han dado sus frutos y ya cuento con
un interior bien protegido de vientos y aguas. Leña de calidad y estufa
radiante brindan un ligero calorcito ideal para mi gusto. Adquirí el arte de
provisiones invernales y podría estar meses sin necesidad de bajar a las
tiendas de la ciudad. La mente libre de las preocupaciones de antes y las
pausas que brinda la hibernación son propicias a que manen sueños de un
compartir más amplio, más allá de mis socios actuales, los vecinos amigos, los
venados y jabalíes, las aves y ardillas, los potreros sin potros, los helechos,
musgos, retamas y árboles.
Prohibido
lanzarme a nada hasta que haya “cumplido” lo pactado. Pero, un poco a manera de
romper mis bloqueos presentes y mucho a manera de renovar mi regocijo, me dejo
llevar por la dulce crianza de esa futura chacra de palabras. Es crianza doble:
dejo que me impregnen las historias y emociones a cosechar; imagino las
condiciones posibles para cultivarlas mejor.
Las
dudas son muchas y sabrosas. Las andanzas que cortejan mis ganas son sobre todo
dos y aparentemente opuestas: los más de cuatro decenios de aventuras gitanas
en América Latina y los casi cuatro años de ermitaño en el cerro de Francia.
Pasado y presente. ¿Cuál es cuál? La elección del idioma tampoco es evidente;
aquí se habla de “lengua” pero siento que se trata sobre todo de “corazón” y,
tanto en castellano como en francés, tengo mis afectos y mis carencias.
Además,
me hallo sorprendentemente en pañales de novato. Luego de haber parido decenas
de miles de hojas y de haber publicado una mayoría de ellas, he ahí que por
primera vez enfrento el desafío de lo comercial. Hasta aquí sólo escribí
preocupándome de la utilidad y del placer, el mío y el del lector: o me pagaban
por hacerlo, o me empujaba la necesidad de aportar algo, o me dejaba llevar por
el gozo y el desfogue gratuitos. Ahora que se me terminan los honorarios
profesionales, persigo también la ilusión de algunos ingresos “de autor” para
seguir sufragando los extras: arreglos en mi territorio francés y visitas a mis
llajtas y familias latinoamericanas.
Esta
hora es deliciosa porque lo más fuerte es esa sensación de un renacer. Ya
vendrá el tiempo de los intentos de decisiones, de los ensayos de frases, de
las tensiones entre el querer y el deber (sé que si se me hace obligación me
estrellaré en medio de hojas en blanco pero sin nieve). Entonces paladeo cada
gana, cada idea, cada sentir. Lo más importante no es hacer, es soñar. Ya sé
que del dicho al hecho hay mucho trecho, ¡y cada vez más para mí! Pero soñar es
vivir. Volver a soñar es un renacer.
Lunes 20 de
enero del 2014 en Las Fayas de Valcivières