sábado, 15 de diciembre de 2012

La hibernación y su tesoro olvidado

El nuevo galpón... antes de la nieve

Ya van quince días desde que empezó la nieve, persistente, más abundante cada vez. Al principio predominó la frustración por el otoño que ya desaparecía: ¡tanto quedaba por hacer! Mi nuevo galpón para leña y herramientas había sido techado pero aún faltaba cerrar una de las paredes con sus tablas y una puerta corrediza; había ingresado la leña para este invierno pero sin trozarla aún al tamaño de mi estufa y tampoco había acabado de armar la pila a secar para el siguiente invierno; no tuve tiempo de trasplantar algo del ajo silvestre, que tanto me gusta y crece cerca, para saber si se adapta en mi propio terreno; había… La lista como siempre es interminable.
Los primeros días de encierro fueron pues de adaptación. Pero pronto surgió el regocijo de la hibernación. ¿Tenía que ir a visitar a una colega al sur de Francia para trabajar un poco con ella y descubrir su zona? Avisé que postergaba. Estaba redescubriendo el tan intenso placer de una vida sin programas. Algo que tanto me había hecho falta durante el verano y el otoño con sus obras, sus preparativos, sus intercambios en vecindario transitorio.
Acabo de darme el gusto de estar nuevamente quince días sin bajar a la ciudad, aprovechando las reservas acumuladas semana tras semana, saboreando playas de soledad casi imposible los meses anteriores, con la mente libre de toda obligación, abierta a las ganas y oportunidades del instante.
Hibernar es un arte. Requiere concentrar lo cotidiano en espacios más reducidos, dentro de la casa y fuera de ella, y reducir actividades. Trae un cambio radical del ritmo diario para adaptarse a las pocas horas de luz: dormir o soñar en la cama durante diez o doce horas; levantarse recién con el día para ver lo que éste propone; alternar el leer, jugar, comer, escribir, pasear de una ventana a otra, de una terraza exterior a otra.
Sol poniente. Motivo para visitar mis terrazas.
Este invierno me devuelve además a aventuras anteriores. El sol es insuficiente para cargar mis baterías así que regreso a manejarme con velas y con lo que brindan tres lamparitas solares. Esta vez tengo buena leña pero mis ensayos de los primeros diez días demostraron que mi stock no alcanzará para nada si trato de cumplir con temperaturas acordes a la espera de mis eventuales visitantes: volví a mis usos frugales de antes.
A la vez tengo una nueva ventaja: mi biblioteca ordenada y accesible, con sus diccionarios y enciclopedias, con su literatura en español y en francés; además unos vecinos me prestaron una colección de más de diez años de una de las mejores revistas mensuales francesas de historietas (excelentes pero bastante para intelectuales); otros me traen un semanario de traducciones de la prensa internacional… Tengo para escoger.
Pero… Hurgando en mis cartones encontré un tesoro olvidado, una reliquia de una época de mi vida: una pila de cowboyadas, esos relatos cortitos y simplistas de los vaqueros del Oeste norteamericano que abundaban en Latinoamérica hasta los años 80, a los que me introdujeron mis sucesivos suegros de allá y que se convirtieron en mi mejor purga mental cuando el trabajo era muy intenso. ¡Nada que pensar, nada que comprender, nada de “suspense”, personajes buenos o malos sin matices, “intrigas” en las que diez páginas bastan para evidenciar futuros muertos y futuros matrimoniados, párrafos de dos líneas, frases de cinco palabras… ¡El descanso puro!
Confieso que sentí añoranza y estoy haciendo una cura, una cura ideal para lo que se llama hibernación. Me regodeo, me río solito al reencontrarme con tantos clichés que me relajaban.
Las Fayas, jueves 13 de diciembre del 2012

martes, 6 de noviembre de 2012

Formar parte del paisaje



Muy dulce emoción la que me impregna en este mediodía. La de estar naciendo a otros tiempos, a nuevos devenires.
Sensación del plazo corto. Acabo de redistribuir los restos de la enorme sopa de coles (y tantas otras cosas) que me acompañó en estas dos semanas, cocinándose a fuego lento en la esquina de mi estufa, el Thierry, renovándose al ritmo del consumo: podré comenzar otra. Dos minicontenedores de vino (tinto y rosado) se agotaron: dejan su lugar para otros dos (tinto y gris). Mi olla de lentejas desapareció en la cena de anoche: voy a soñar emprendimientos renovados. Estoy ingresando y quemando los últimos saldos de leña mala: pronto ensayaré los frutos de mis obras anteriores. El invierno, luego de una escaramuza sorpresiva (diez grados bajo cero), anuncia su pronta instalación: podré reencontrarme con ritmos de soledad fructífera.
Sensación del plazo largo. Algo fundamental sucedió en los últimos meses. Mi presencia en el paisaje cambió, se enriqueció. Había sido uno de mis grandes aprendizajes de estos dos años en la casita del cerro: no es lo mismo disfrutar de un paisaje que formar parte del paisaje. Con paciencia y entrega, había sentido que a pasos lentos iba incorporándome al paisaje natural de este cerro, que éste me acogía y me aceptaba como miembro y no como simple visitante. Pero eso no valía más que en soledad. Apenas surgían otras personas me devolvían a mi estatus de intruso y aprendiz.
Anoche vinieron a cenar mis vecinos más próximos, con quienes había tenido relaciones distantes, equívocas. Ya conozco a todo el vecindario de Las Fayas y Las Chaumettes y los tratos son cuando menos cordiales. Mis contactos con pobladores de cerros y valles cercanos se multiplicaron. Estoy por fin aprendiendo a hacer mis compras en el mercado de productores locales (no había querido “jugar al buen vecino” sino que esperé a estar preparado, abierto). Las tropelías de una familia de nuevos llegados con afanes de hacendados medievales ayudaron a reunirnos para preservar cierta calidad de vida.
Es decir que también empiezo a formar parte del paisaje social.
Las tres últimas semanas fueron también marcadas por una serie de mensajes de amigos de América Latina preocupados por mi largo silencio. No es que me hayan recordado que también formo parte de otros paisajes, allá, pues lo sé, pero llamaron mi atención sobre mis descuidos, mi paulatino alejamiento.
Me ayudaron a tomar una decisión y superar un bloqueo reciente: me había impuesto la obligación de escribir este blog en ambos idiomas pero la carga de traducir me estaba volviendo mudo. Acabo por tanto de asumir que no ya no tengo capacidad para semejante carga y que es preferible recobrar la libertad y por tanto el gozo de compartir con cada quien en su idioma, en su cultura, en su… paisaje. Así es, de hoy en adelante desaparece la numeración que pretendía garantizar equivalencias, se diferencian ambos blogs para respetar las ganas, los sentires, las complicidades con cada uno de mis mundos.
Buscaba un regalo para ofrecernos en oportunidad de esta nueva fase. No encontré nada mejor que una foto que ilustra mi vida actual. Aparezco sumergido por la leña pero no estoy sumergido, estoy emergiendo, feliz. Radiante por tantas horas dedicadas a algo esencial para la vida aquí, orgulloso de mis nuevas artes, gozoso porque me espera un invierno menos aventurado que los anteriores. ¡Que disfruten!
Las Fayas, viernes 2 de noviembre del 2012

miércoles, 25 de julio de 2012

20. Cuando el cerro se enoja…


Van dos meses (tres, ya que no había logrado traducir la nota 19 al castellano). ¡Cuántas notas escribí en mi cabeza en tantas semanas! Pero imposible ir más allá. No podía, no lo lograba.
Primero fue por la agitación que reinaba en mi casita. Estaba aún con el ensueño de la mágica carretilla de orugas cuando surgió la oportunidad tan esperada de una mini-excavadora mecánica para ayudarme en mis terraceos. Entre averías y prolongaciones fueron tres días en dos semanas. Pero dos semanas ocupadas por la máquina. Y dejaron mis espacios al sur colmados de amontonamientos de rocas grandes, de tierra vegetal, de tierra para mi terraplén oeste.
Luego tuve que ir al Cáucaso para volver a centrar las actividades de Armenia, arrancar por fin las de Georgia y, ¡felicidad!, transmitir la posta a mi sucesor. Fue súper-intensivo, fue híper-productivo, pero volví estrujado, con energías tan finas como una lámina llana de cinc.
¡Al diablo con mis ánimos! Apenas de vuelta, a inicios de julio, me esperaba una nueva sesión de mini-excavadora a fin de completar y limpiar lo anterior. A aguantar, pues. Dos días.
Al final fueron cuatro días. Los arreglos que yo tanto había delirado no estaban al alcance de la mano ni de mi carretilla, pero de la máquina sí. Me dejé ganar: cortar y sesgar en declive algo del “barranco” que amedrenta mi puerta sur; prolongar el tajo ya que al alto muro de piedras que protegía al antiguo “bachat[i]” le dio por desmoronarse y volverse peligroso; consolidar y rellenar los tajos a lo largo de la vía empedrada al este; ampliar y aplanar mi terraza del norte…
Estaba en la gloria: mi gran relleno alcanzaba por fin las dimensiones previstas hace mucho, aumentando la superficie donde mis pobres tobillos puedan pasearme por muchos años más; los espacios se correspondían bastante a mis diversas elucubraciones y pronto iba a poder comenzar mis adecuaciones: un gran cobertizo para leña seca y herramientas; poner flores y verduras por doquier; acondicionar rincones donde estar según la hora, el sol y el viento.
¡Dos días después me despertaba horrorizado al comprobar que mi casita se había mudado! ¿Me regocijaba con su entorno de naturaleza? ¡Ahora se había trasladado al centro de una… rotonda vehicular y mineral! Me había dejado ganar por la lógica circulatoria de la mini-excavadora, por la eventual facilidad de acceso en cuatro ruedas, por la… estupidez.


Sin energías, con el corazón en los suelos, con los sesos apagados, con el ánimo quebrado, anduve más de quince días sin fuerzas para volver a emprender mi vida de antes del Cáucaso. Las jornadas de verano ya no lograban cargarme. Me mantuve al acecho de algún daño físico. Nada.
Este sábado en la mañana empezó a salir la luz: las energías telúricas habían sido trastocadas al desplazarse rocas grandes y flujos de agua; la armonía, que aquí suele llenarme de todo, había sido perturbada; ¡el cerro se había enojado! Expresarlo ante mis vecinos y amigos me ayudó a entenderlo mejor aún. Entonces, hoy lunes, logro chambear, me siento mejor, hasta consigo enfrentar el teclado para este blog. ¡No todo está perdido! Si enmiendo errores, quizás se me brinde una segunda oportunidad y se restablezca la armonía perdida.
Las Fayas, lunes 23 de julio del 2012


[i] Bachat: gran pila cavada en tronco de haya donde llega el agua de la fuente para usos de la familia

19. De la veleta tragicómica a la carretilla mágica


Perturbado pero contento, así había retornado de Bolivia. Agotado, orillando el surmenaje, lo cual era normal luego de un ritmo demasiado intensivo para una edad sin piedad y un viaje de regreso con vueltas y yapa de días (tres en total). Y bastante perturbado: no es evidente recoger sus pasos allí donde hubo que escoger… y amputarse, como siempre. En Cochabamba había optado por mi casita francesa del cerro, hace dos años. En Cochabamba terminé esta estadía y saboreé… lo que entonces había dejado atrás. Volver ahora al “buron” no era meramente anecdótico.
Pero contento al fin. Contento con mi reencuentro en los Andes, con haber podido circular, y trabajar, y practicar mis artes de antaño. ¡Misión cumplida!
¿Misión cumplida? Estaba aún empapándome de los efluvios del cerro y de los ardores de las labores en curso cuando recibí un verdadero mazazo. “Faltan…” Faltaban muchas cosas en mi informe de “evaluación prospectiva” así que se me solicitaba más, y con urgencia.
Me derrumbé. Imposible volverme a meter a llenar casillas de “evaluador”, un ofocio que de hecho no es el mío. Imposible recobrar la visión y la claridad del “prospector”. Hice lo que pude, es decir poco, y preferí tirar la toalla, renunciar al contrato y al pago, por tanto a las tensiones y responsabilidades, por temor a quedar nuevamente con los sesos apagados por un año.
Estaba hundido en mi hoyo, perdida la confianza, tragando la angustia. Me eché sobre pico, pala y carretilla para saturarme con este otro cansancio que más bien regenera.
Una mañana, restablecidas las ondas telefónicas (que a menudo se pierden), recibí de Bolivia un mensaje atento a mis desventuras y que me libraba de los “complementos” sin negarme los emolumentos. Horas más tarde, una llamada del Cáucaso me anunciaba que algunas acciones empezaban en Armenia a dar cuerpo y vida a las palabras y delirios, que la estrategia inventada comenzaba a brindar frutos, que el optimismo podía retornar… y que mi reemplazo estaba aprobado. Pasé del fondo del hoyo a la cúspide de mi nube.
Hacer de veleta ascensional no es muy bueno para mi cabeza. ¡Pero qué rico y vigorizante cuando surge un viento cargado de esperanzas! Y siguió en la buena dirección, mi veleta: algunas horas más y me traía… la carretilla mágica.
Aprendizajes en la neblina
La carretilla mágica. Se dice que no hay que ser envidioso pero confieso que sí lo era. De mi vecino Jean-Baptiste y de su carretilla. Claro, tengo la mía. Hasta tengo dos. ¡Pero la suya! ¡Con motor y orugas! Para pasar por todas partes y sin cargar. Capaz de arrancar sin que uno sea experto. ¡He ahí que Jean-Baptiste proponía prestármela en su ausencia!
El miércoles hice mi aprendizaje apoyando a Bertrand e Isabelle, otros vecinos presentes en estos días. Ayer jueves me desvirgué a solas, juntando mis pilas de leña. ¡Estaba eufórico! Y ya no soy simplemente envidioso, ahora estoy malamente celoso: ¡eso es lo que necesito!
Mi sueño, en todo su esplendor
Pero tendré que hacer misiones internacionales para poder adquirirla… Esa es mi paradoja tan peculiar: mientras otros empujan su carretilla soñando con poder hacer grandes viajes, a mí me toca hacer grandes viajes para poder soñar con mi carretilla mágica…
Del original en francés del viernes 25 de mayo del 2012

lunes, 30 de abril de 2012

18. La verdadera soledad es la del consultor

Esta entrada fue redactada en francés y no sé cuando tendré oportunidad de traducirla. Los interesados pueden verla en el blog francés.

viernes, 27 de abril de 2012

17. Desde los Andes de América



Domingo. Nueve de la mañana. Estoy sentado en la terraza de La Terraza. En Sopocachi. En La Paz. En Bolivia. No es lo que estaba previsto para mi primer retorno a América del Sur desde que me instalé en mi casita del cerro en Francia. Durante todo el 2011 soñé con una oportunidad para ir al Perú y festejar ahí mis cuarenta años en ese país. No se dio. Al menos aquí estoy y lo disfruto.
Esta mañana el internet no funciona, o casi. Ni en el hotel ni en La Terraza. Gracias a ello me libro de mis rutinas urbanas de despertar virtual mientras la cabeza se compone. Me acerco un poco más a mis rituales de casa: saborear un gran café al aire libre. Pero confieso que estoy de todas maneras algo perdido. Sé que necesito descansar luego de una semana agotadora circulando en terreno entre Cochabamba, Potosí y La Paz. Sin el escape de internet, mi tendencia natural me llevaría a sumergirme en la chamba. El blog me brinda otra opción.
En realidad hace varias semanas que ando algo perdido. Creo que me cuesta esa alternancia entre mi “buron” de las alturas francesas y la multiplicación de viajes. Playas de dos o tres semanas en mi base entre dos giras lejanas parecen insuficientes para regenerarme. Sensación extraña la que me ha quedado de mi estadía en Las Fayas desde que había regresado del Cáucaso a fines de marzo. Me esperaban las ramas y troncos de mi desmonte de inicios de marzo. Apenas si me dediqué a ellas.
Al inicio, mientras estuvo soleando, más me llamó la limpieza del potrero de mi propio terreno. Años preparando condiciones para acondicionar un espacio para eventuales terraceos y plantaciones. Aproveché el ambiente seco para recorrer la parte anteriormente pantanosa, para descubrir ahí cómo se extienden cada vez más las matas espontáneas de arándanos, para entrar a despejarles áreas donde propagarse, para desbrozar nuevas zonas a fin de visualizar futuros andenes y la forma en que podría circular ahí el agua, para…
Luego, los días mezclaron nubes, lluvias, nieves livianas, neblinas, sesiones de sol. Difícil programarse. Y las solicitudes de Honduras, de Georgia, de Bolivia me encerraban en la compu, en salidas en pos de un buen internet, de una impresora, de una estafeta de correo… La agitación del mundo exterior, pues. Hasta que me embarcara de nuevo.
¡Qué diferente es estar presente, disponible, viviendo las oportunidades y requerimientos del clima diario, de la temporada, de mis propios delirios, y llegar con plazos, con tareas que cumplir dentro de un calendario externo al que brinda la propia naturaleza!
Tener todo un programa de actividades, con su cronograma, sí que vino bien en esa primera semana en Bolivia. Porque el afán era ir en poco tiempo al encuentro de muchos en muchos lugares. Y eso permitió acoger en pocos días todo un paisaje de gentes, de acciones, de reflexiones. ¡Qué contraste, sin embargo, con la intensidad apacible del estar sin límites que disfruté durante mi primer año en mi cerro!
Bueno, privilegiado he sido. Punto. No siempre se puede. Y al mismo tiempo sigo siendo privilegiado al poder volver a los Andes de América, recoger mis pasos, llenarme de los sabores, de los afectos, de las tantas emociones que siempre recibo. Poder también seguir tejiendo la hamaca que reúne mis Andes de Francia con los Andes de América. Es lo que hago, y lo gozo. El tiempo de un café y de un blog y se me pasó la añoranza. Gracias a ustedes por permitirme este blog.
La Paz, Bolivia, domingo 22 de abril del 2012

sábado, 31 de marzo de 2012

16. El Duster, ¿es carro suficientemente pobre?


Pura aventura. Ayer, en mi camino de retorno, hice compras mucho más pesadas que en los últimos meses. Suponía que en mi ausencia el hielo se habría derretido lo necesario como para que pueda subir hasta la casita misma. Sino… tendría que hacer varios viajes a pie cargando de a poco mis maletas, mis víveres, mis líquidos vitales…
¡Gané! Por primera vez desde fines de noviembre pude llegar con mi vehículo.
¡Perdí! Parte de la noche me entrampé en mis debates y contradicciones.
Luego de muchos cabildeos, a fines del 2010 me decidí a comprar un auto doble tracción para no tener que cargar demasiado. Sabía que era indispensable. No quería tener dos vehículos. Pero la edad ya no me permite largos viajes de carretera en un coche pequeño pero rústico y saltarín. Pero ni mi presupuesto ni mi alma toleran permitían un doble tracción cómodo pero contaminante y gran consumidor. Con el invento del Duster por Dacia quedé conforme. La razón me decía que era la mejor opción.
¡Un monstruo en mi terraza!
¿La razón? ¡Qué emoción tan chocante cuando, hace precisamente un año, me lo entregaron y me desperté una mañana con la visión de ese monstruo nuevo y reluciente delante de mi puerta! Estaba espantado. ¿Qué hacía este animal plantado como lunar ante mi casa? Lo desterré hacia el antiguo aparcamiento del terreno comunal a fin de verlo lo menos posible.
Dado que era tan práctico y que me brindaba perspectivas de permanecer más años aquí a pesar de la edad, me acostumbré. Tratando de conservar distancia, me mofaba de mi mismo: en mi “diario” de aquellos meses, había bautizado la plataforma de acceso a mi terraza desde la vía empedrada como el “Altar Duster”, como si fuera el Becerro de Oro.
En el exilio...
¡He ahí que, anoche, me sorprendí pensando en él con agradecimiento y ternura! Mientras, el jueves último en Armenia, en debates con los desarrollistas, peleaba contra su afán de “luchar contra la pobreza”… Explicaba con argumentos que, si bien la miseria es inaceptable, la pobreza material es no solamente aceptable sino bienvenida ya que el planeta no aguantará por mucho tiempo más un estilo de vida como el que se pregona hoy, con su idea de riqueza y su consumismo. “No lucho contra la pobreza sino para que todos podamos, en pobreza, valorar y saborear tantas riquezas de vida que tenemos.” Es lo que pregonaba, es lo que intento vivir yo mismo.
Sí, pero… ¿y el Duster? ¡He ahí que me estoy enamorando de él! Se imaginan la noche que pasé… Pero no terminó tan mal. Me autoconvencí que no tenía alternativa. Y, puesto que no intento presumir, ¿por qué no dejarme seducir?
Así es como, esta mañana, me desperté reconciliado conmigo. Y dispuesto a seguir disfrutando de esta vida en el cerro donde me esfuerzo precisamente por tener un bajo impacto ecológico y un enorme regocijo de naturaleza, un baile de compañías variadas, una inmersión en diversidad radiante. La “vida verdadera” según dicen o se burlan algunos…
Basta. Acabo de ver que ya crecen aquí también los primeros diente-de-león. Voy a hacer mi cura primaveral. ¡No dejaré que el Duster me lo impida!
Las Fayas, viernes 30 de marzo del 2012

15. En marzo, la vida en pilas


El sábado 17 de marzo dejaba la casita del cerro para encaminarme hacia la Champagne de mi infancia y luego el Cáucaso. De repente surgieron ganas frenéticas de sacar fotos de mis múltiples pilas de leña. ¿Por qué ganas frenéticas? Porque terminaba dos largas semanas de frenesí. En aquellos bosques que fueron pradera comunal, otrora, ahí encima de mi casa. Dos semanas largas y sabrosas tumbando, trozando, apilando, limpiando. Abriendo cielo hacia el este y recuperando algo más de luz para mis paneles solares en invierno.
Así, antes de partir, quería un inventario y balance, imágenes de mi paisaje cada vez más sembrado con pilas de leña vieja y nueva, con pilas de ramitas viejas y nuevas, pero en forma cada vez más ordenada y eficaz.
Las pilas viejas son aquellas que tenía para el invierno 2011-2012. Algo queda, sí. Entre mis ausencias y mi consumo ahorrativo, aguanté y tengo yapa. Hasta me queda alguito de roble en el piso buron-galpón.
También está la pila bien formada de haya y arce que será base de mi calefacción para el invierno 2012-2013. Insuficiente por cierto, pero ya es una garantía.

Ahora se agregan las pilas de abedul de este mes de marzo. El sol de fines de febrero derritió un poco de nieve; algunas zonas quedaron accesibles para trabajar sin mayor peligro. El primero de marzo probé la motosierra. Arrancó. Se inició la fiesta. Antes de que la savia primaveral se lance a trepar en los troncos, me dediqué a tumbar y tumbar. Tanta área como me consideraba capaz de limpiar bien antes de viajar.
Bueno, dos días de nieve adicional más el tiempo para que desaparezca me retrasaron. No logré terminar a tiempo. Pero ¡qué semanas! Pude gozarme con aquellas actividades en exterior que me faltaban en invierno. Desde media-mañana hasta el poniente. En jornadas cada vez más prolongadas. Con ritmo apacible (mi cuerpo me había rezondrado) pero emoción intensa.
La luz que llegaba por fin al suelo y a los arándanos (los de aquí se llaman “mirtillos”) alegraba mi corazón y me ligaba a quienes los cogerán este verano. La enorme pila de ramitas frescas nutría mi sueño de futuras sesiones compartidas alrededor de un triturador para convertirlas en alfombra de huertos u otros cultivos. El amontonamiento de rollos de abedul me brindaba todo un programa futuro para partirlos y experimentar mejores formas de secado. Las ramas de serbal me desafiaban a nuevas experiencias sobre su mejor uso.
Cada tarea y cada pausa me llenaban de pensamientos alegres, de comunión con la naturaleza, con mis vecinos, con los visitantes por venir.
Pero el gozo máximo venía cuando un rincón parecía suficientemente despejado (guardé algunos árboles: para los pájaros, porque eran bellos, porque pueden servir a colgar hamaca, porque su sombra agradará pausas o siestas): con la horquilla y diversas otras herramientas, ensayaba diferentes técnicas para rastrillar todo tipo de residuos que podrían estorbar aquel majestuoso gesto de mis vecinos, los mirtilleros del Perrier, cuando cosechan con peine industrial.
¡Qué gusto ver la diferencia entre el antes y el después!

Anoche regresé. Mañana empiezo de nuevo…
Las Fayas, viernes 30 de marzo del 2012

miércoles, 29 de febrero de 2012

14. Desaprendizajes cotidianos

Febrero va terminando y estoy feliz de haber podido entrenarme aquí al frío grande, a la nieve abundante, a este regreso de un invierno más verdadero que aquel del año pasado. ¡Es posible vivir así! Hasta es sabroso.

Mi calefacción mejoró, aún cuando tenga que controlar al Thierry porque va perdiendo la trenza de su ventana y podría desbocarse; pronto experimentaré su reemplazo. Pero mi leña fue suficiente; percibí mejor las diferencias entre las esencias, su calidad, la manera cómo fueron tronzadas, partidas, secadas, guardadas. Mis calafateos progresaron, a pesar de que aún no sean más que torpes remiendos.

Las reservas subidas en otoño alcanzaron más o menos, gracias también a mis ausencias. Empero tendré que calcular mejor los jugos de naranja, los aperitivos, el vino. ¡Lo esencial, pues! Sin embargo, qué alivio no tener que temer el fin de las garrafas de gas, ni el reventar de las cañerías, ni la escasez de electricidad solar. Oh, tuve que estar dos semanas con velas (y comprobé que me había olvidado de aprovisionarme bien) cuando se instalaron brumas y neblinas y quise priorizar la energía para la compu… Pero es sobre todo porque había descuidado el mantenimiento del grupo electrógeno y me falló.

¡También me descubrí un poco más a mí mismo! Ahora más lleno de este lugar, dejé de levantarme tan a menudo antes del alba en busca de imágenes y vientos nocturnos. Y comprobé cuál es la mayor ausencia del invierno, su mayor vacío: los trabajos exteriores para cuidar y acondicionar el espacio. Entre el suelo congelado y la capa de nieve, no podía dedicarme a las actividades que más me regocijan; las extrañé. Sin la obsesión por aprender la sobrevivencia que tanto me ocupaba el año pasado, noté la carencia. Otra ausencia: no tuve más que concluir que esa vida del cerro puede difícilmente ser compartida y hay que asumirse como viejo solterón.

Hace cinco días había preparado una nota para ambos blogs que se llamaba “aprendizajes de frío y nieve”. Bastó que no pueda cargarla enseguida en internet para que… pierda su sentido. ¿Cómo proteger el calefón? Estaba totalmente equivocado y tendré que lanzarme a (tratar de) desarmar el quemador para limpiarlo. ¿Cómo realizar en la nieve un buen rastro que garantice un tránsito más fácil? El que hice no evolucionó cómo pensaba. ¿Cómo enfrentar la escorrentía cuando la nieve se derrite? La de este mes es puro polvo con poco agua y ésta se filtra lentamente sin provocar corrientes grandes. ¿Cómo evitar que el viento acumule grandes montones de nieve en mis caminos? Parece que no se puede, al menos con medios reducidos. Y así sucesivamente…
Rastro lindo, rastro feo : ¿cuál es el más útil cuando la nieve se derrite?
Sí pues, mi principal aprendizaje de este invierno quizás sea que hay que… relativizar los aprendizajes y comenzar cada día por ¡desaprender lo del día anterior!

No es más que la segunda vez que intento esa permanencia invernal, ya encontraré lecciones que duren… Al menos así espero. Pero, sí, puedo retomar la última frase de la nota que no envié y que yace ahora en el archivo de los “descartados”:

“¿Lo más bello de todo? Aquí no hay rutinas. Al menos no las que se preveía…”

Las Fayas, martes 28 de febrero del 2012

miércoles, 8 de febrero de 2012

13. El frío grande regresó. Yo también…

Como me las gocé esas últimas noches en La Ceiba, en Honduras, donde me había extraviado para darle una mano al amigo Humberto. Sabía que en Francia se estaba instalando el frío grande mientras en la costa atlántica hondureña campeaba el mejor clima del año: ni frío ni caliente, sin necesidad de ventilador siquiera. Dormía calato sobre la cama, saboreando esos momentos de libertad del cuerpo antes de volverme a cubrir con seis o siete capas diferentes para sobrellevar las fuertes heladas en mi casita del cerro francés. Cada día consultaba los boletines meteorológicos y sabía que en mi zona la temperatura estaba por los quince o veinte bajo cero.

Cuarenta grados de diferencia en pocas horas es mucho, hasta para el mejor entrenado: al bajar del avión en Paris, el jueves 2, recibí un verdadero cachetazo de hielo; por querer encender mi celular con los guantes puestos lo malogré; al no poder coordinar bien, en Troyes tuve que agarrar taxi para que me lleve urgente a una casa caliente, la de mi hermano, porque no aguantaba la espera helada.

En la Champagne me demoré un día más de lo previsto, so pretexto de atender a mi madre. Pero tenía que enfrentar: el domingo 5 de febrero manejé las ocho horas que me separan de Las Fayas. Bueno, de Las Fayas, no; evidentemente la nieve impedía acceder en carro a mi casa; dejé el auto en el caserío de Le Perrier, allí donde termina el asfalto, me puse raquetas para poder caminar y empecé la subida, con mochila en la espalda y maleta en la mano. Veinte veces me habré parado para descansar y para mover mis manos congeladas, aún con guantes y sub-guantes.
No crean, no me voy a lamentar. Porque si bien es duro llegar, estar fue una alegría. No había tanta nieve y no tuve que cavar para alcanzar la manija de la puerta. Los paneles solares estaban limpios y las baterías cargadas. Adentro sólo tenía tres grados bajo cero y el Thierry estaba preparado para mi llegada: media hora después ya alcanzaba un grado sobre cero.

Ya me había tocado llegar poco después de una ola de hielo mayor pero ésa fue la primera vez que lo hacía durante el frío grande: ¡la aventura! Y muchos aprendizajes…

A pesar de mis precauciones en vaciar bien las cañerías y sacar el medidor de agua, todo el sistema estaba congelado: necesité veinticuatro horas calentando, con la estufita de petróleo, tramo por tramo de los menos de ocho metros de tubos para restablecer el funcionamiento normal.

Con el gas sucedió algo parecido: el domingo, cuando quise preparar un café, apenas si salía una llamita pichi; pensé que la garrafa estaría acabada pero probé a calentarla un poco y recién demostró que estaba todavía vivita y coleando.

Ayer lunes fue pues un día muy especial: me lo pasé moviendo la estufita de petróleo a lo largo de las cañerías y cargando el Thierry con mi mejor leña para obtener una temperatura llevadera. Dejé todo lo urgente para dedicarme a cortejar así la casita, a hacerme perdonar mi ausencia. Apenas me alejaba poquito para trazar caminos en la nieve, entrar leños, recoger luces y rayos del sol, regodearme con un café o un aperitivo en la mesa de la terraza.
Y la casita me lo agradeció. Esta madrugada del martes, a las siete, acabo de alcanzar veintitrés grados de diferencia entre exterior e interior: siete positivos adentro, dieciséis negativos afuera. Y puedo decirlo: desde que estoy, jamás he sentido verdaderamente  frío.

Las Fayas, martes 7 de febrero del 2012

lunes, 2 de enero de 2012

12. El año vino con parabienes... y correntadas


No, lo siento, no son los primeros a quienes, en este incipiente enero, estoy deseando las mejores venturas para el año 2012. Sorpresivamente hubieron otros antes. Unos vecinos, que tienen su casita de campo en el caserío inmediatamente abajo, habían salido de paseo, nos cruzamos, nos saludamos e intercambiamos parabienes.

Nos cruzamos pero eso no estaba en mis planes. En realidad, yo no estaba de paseo. Era casi el mediodía y había salido, en pijama, bata, chullo peruano y lámpara frontal, descalzo en suecos, a tomar un café en mi terraza del sur-oeste antes de ponerme a escribir. Pero resultó difícil aguantarme: el paisaje era pura sinfonía de aguas; cincuenta centímetros de nieve se estaban derritiendo a todo dar y el agua cantaba por todas partes.

Tal como estaba, bajé empujado por la curiosidad de ver mis drenes, si estaban funcionando, si el torrente corría por los caminos o si se distribuía en los terrenos. Llegué a la vía empedrada. El gran chorro de arriba no superaba el segundo dren. Alegría. El chorro menor que sale de mi terreno rebalsaba el tope y se iba por la vía. Decidí seguirlo para comprobar todo.

Es así cómo me crucé con los vecinos. Es así cómo cambió mi programa del día: nada de escribir; a acomodar drenes y acequias; a aprovechar la fuerza del agua para una buena limpieza de un máximo de vías. Subí a vestirme y traer herramientas y me regalé… un día de gloria. Los pies en el agua, removiendo hojas y ramas y terrones. Pude gozar la primera hora de sol en cuatro días. Hasta que la neblina vuelva a dominar y que luego el anochecer inicie su teatro.

Recién ahora puedo dedicarme al teclado y venir a saludarles: nos deseo a todos un alegre 2012.

¿Por qué alegre y no “próspero”? Porque eso me enseñó el 2011… Hace mucho que no había pasado tanto tiempo sin ver a muchos de ustedes. Sin embargo ustedes alegraron mi 2011, mi primer año completo en el cerro. Estuvieron aquí permanentemente presentes, acompañándome en mis aprendizajes, guiándome con la complicidad de nuestros sueños que intento ahora plasmar en vida luego de haberlo hecho sobre todo en libros. Y su presencia me dio fuerzas para gozar cada detalle del instante, cada mínima mejora en las condiciones materiales, cada matiz del día, en vez de lamentarme de carencias que la prosperidad hubiese podido resolver.

Hablo de “nuestros sueños”. Sí pues, algún sueño de lo que puede ser la vida rural nos inspiró en todos estos años. Pero anoche me sorprendí. Cenaba solo, por tanto con ustedes y conmigo. Apenas una botella de champagne y un foie gras (no tengo méritos en la cantidad, me harté de comer en las visitas de la última semana). Solito surgió un balance alegre del 2011: ¡me lo gocé. El lema de mi diario era “aprendizaje de la supervivencia” y nunca me sentí en supervivencia aquí. El clima, mi entrenamiento a disfrutar con poco y el apoyo de amigos bastaron para que la pase bien.

¿Y el 2012? Esa fue la sorpresa. Era incapaz de soñarlo. No me nacía. ¿Quizás algo de ilusión me estaría faltando? Claro, siempre alguien o algo falta. Y a veces esa ausencia se siente fuerte. Pero, quizás también se trate de un aprendizaje: ya no estoy para aprender a sobrevivir aquí sino para aprender a vivir, simplemente. ¡Bienvenida al 2012!

¿Y si para vivir lo importante fuera saber recibir y compartir más que saber soñar?

Original en español, Las Fayas, domingo primero de enero del 2012