domingo, 13 de noviembre de 2011

9. Colores y víveres son gracias del otoño

Amigos y vecinos me habían avisado: desde fines de octubre, en cualquier momento puede nevar en forma tal que ya no habrá acceso vehicular en todo el invierno. La urgencia de subir las reservas vitales para el invierno sirvió de pretexto para la otra urgencia: mis ganas de saborear algo de los colores del otoño en mi refugio. Estar ahí en los últimos días de octubre fue una de mis pocas exigencias a la hora de concertar mi viaje al Cáucaso.
Recién retorné el miércoles 19 de octubre y me quedé un tanto defraudado: los fuegos del otoño pintaban muy poco aún las hojas de árboles; nada del incendio esperado. Recién me enteré que, a esta altura, el tránsito de pigmentos es muy rápido; luego, el año muy seco no ayudó al canto de las hojas; además… Pero el hielo que acompañó mi llegada prometía una evolución acelerada.

Me dediqué pues a comprar y subir lo más indispensable: víveres para la panza; combustible para las estufas del cuerpo; vino para el alma. Toma su tiempo, no vayan a creer: ¿Quién sabe qué es más importante? ¿Y cuánto?

Además surgen oportunidades: con mi vecino compramos más leña para garantizarnos una temporada llevadera. Entonces las tareas se multiplican: subir todo con el remolque; cortarlo al tamaño de la estufa; guardarlo en zona seca, por tanto dentro de la casa. En sí no fueron tantas horas pero… hubo que comprar un caballete para acelerar el trozado; por tanto pasar un buen rato estudiando las instrucciones para montar el aparato (¡sólo me equivoqué una vez!); hacer el aprendizaje de su uso.
Además que el bicho éste me permitía comenzar a partir tantas ramas pequeñas que no son ni buenas ni prácticas para la estufa pero que, luego de tantos años de ver gente llorar en los Andes por un poco de leña, no logro dejar que se desaprovechen…

Ni hablar de las horas en adecuar y proteger el fruto de mis obras anteriores. Acomodar, transportar o recomponer las diversas pilas provisionales del verano me llevó mucha imaginación y tiempo. ¡Con qué orgullo saqué finalmente la foto de la pila principal, de pura haya de este año, colocada en el terraplén que acabo de excavar, bien cubierta por una lona!

¿Finalmente? Para noviembre, el otoño se decidió a brindarnos algo de rigores, como tormenta y viento esta vez. Lindos vientos. Tan lindos que se llevaron mi lona, mi pila se desnudó y me avergonzó…

Los árboles también se desnudaron. Pero, hasta ahí, ¡sí tuve el gozo de unos pocos días bajo el ardor de sus fuegos!
 



Así que logré mis propósitos: el otoño, las reservas. La leña está nuevamente cubierta. Mis depósitos están llenos. Revisé todo antes de partir para el Cáucaso. Ahí comprobé que no sólo estaban los víveres y el vino sino también los aperitivos y los digestivos. ¿Qué horror? No pues. Para mis jornadas en el cerro había adoptado de a poquitos el lema: Mañanas líricas; Tardes físicas. Luego, un poco a manera de broma, otro poco a manera de sinceridad, había agregado: Noches Alcohólicas. Bueno… ¡tengo que cumplir!

Original en español en Yerevan (Armenia), el domingo 13 de noviembre del 2011

sábado, 12 de noviembre de 2011

8. La casita del cerro, vista desde el Cáucaso

¡Algo malo ha de tener la casita del cerro! Por ejemplo para preparar un viaje… Pienso y vuelvo a pensar en eso en esta última semana en Georgia. Sí pues, entre mis pocas ganas de alejarme de La Zutterie (para que lo haga se requiere la urgencia de algunas compras o sobre todo la perspectiva de reencuentros lydílicos) y mi difícil y siempre breve acceso a internet, no verifiqué ni negocié ni preparé lo suficiente esta primera gira de reconocimiento en el Cáucaso.

Así es cómo ayer por la mañana me hallaba ante un futuro negro: quedar encerrado tres días (viernes, sábado y domingo) solito en mi hotel de Tbilisi antes de agarrar mi avión de retorno en la noche del domingo al lunes. Bueno, el viernes había resultado feriado pero tenía previsto al menos una reunión en la tarde y una cena en balcón sobre paisaje urbano en la noche; en cuanto a mi japonés (disculpen, no es broma fácil pero se llama Jaap y es la única forma que encontré para grabar al toque su nombre en mi memoria; en realidad es holandés, habla un  excelente francés y es la única persona con quien pude interlocutar y compartir momentos simpáticos durante estas semanas), en cuanto a mi japonés, pues, sólo iba a desaparecer en el transcurso de la mañana del sábado. Pero, ¡qué duro motivarme a levantarme al despertar del viernes!

Por suerte, un rayo de lucidez me alcanzó… ¿Tengo el hábito de andar por el planeta sin moverme de mi casa, circulando libre, de recuerdos en amigos? ¡Puedo proceder a la inversa! Bien puedo trasladarme a La Zutterie sin dejar el rincón del universo en que me encuentro casualmente. Es lo que hice.
Me conecté con Google Earth y estuve paseando varias horas. Primero busqué Valcivières y lo hallé… al toque. Luego ubiqué la casita del cerro y la contemplé tal como estaba, con su techo de paja, a inicios del 2004, meses antes de que la vaya a comprar. Entonces emprendí mis andanzas por los alrededores, el mini-altiplano de Los Iguales, el cerro de Monthallier, el techo ahora quebrado del “buron” que desde mi casa suelo observar allí arriba.

Me sorprendí en caminatas con mi andarina por las sendas que ya hemos compartido, por otras que ella descubre sin mí y luego me cuenta para empujarme a salir de mi monte cercano, por aquellas que soñamos con recorrer algún día.

Cansado por tantos pasos virtuales, regresé a casa, a mis visitantes. Para ellos dibujé los caminos que, desde el asfalto, llevan a La Zutterie, precisé la ubicación de mi cibercabina y museo que, testigo indispensable, les ayuda a entender la vida de antes en estos parajes. Me emocioné ante el aura de la enorme haya cercana que gusto de enseñarles cuando la vía está despejada.


¡Qué raro! Una mañana en hotel de Georgia me brindó la oportunidad de conocer mejor los paisajes que me rodean en Auvergne. Será cierto entonces: ¡algo bueno tiene internet! Pero no abusemos. Así que caminando me lancé en la tarde del sábado a recorrer la ciudad de Tbilisi. Por cierto, retorné con los pies ampollados, lo que no hubiese sucedido con Google Earth… Pero el disfrute tampoco hubiese sido el mismo.


¡Ah, algo bueno ha de tener la casita del cerro! Doy por prueba que, apenas llegado ayer, sus energías ya me llenaron y acabo de lograr terminar esta notita comenzada en Tbilisi.

Versión francesa en Tbilisi, el sábado 15 de octubre, y en La Zutterie, el viernes 21 de octubre 2011

7. De Las Fayas al Cáucaso

Van ocho días que están cerradas las puertas de la casita del cerro. Con el dolor de mi alma tuve que encargarme de todas las medidas  requeridas para evitar tropiezos de agua, hielo, fuego u otro durante la ausencia. Pero lo hice también con el corazón alegre por la perspectiva de ir a descubrir un nuevo rincón del planeta: el Cáucaso.

Primera vez en un año que salgo de Francia. Un año sabático, pues. Con mi residencia estable recién puesta en Las Fayas (así se llama el lugar en dialecto, así lo registra el sistema de impuestos, me conviene aquí) desde el solsticio de invierno, soñaba con vivir un ciclo completo de las cuatro estaciones. Se me escapó el otoño. Apenas puedo seguir el día a día del clima con internet y fluye la añoranza cuando compruebo que se acumulan las jornadas soleadas.

¡Vuelta a la sifilización, como decían amigos peruanos! Los dos primeros días, en Armenia, fueron un contraste chocante: no salí de la capital y estuve alojado en el… Marriott por gracia de los veinte años de la nueva república cuyos festejos colmaban los hoteles; tal diferencia de estilos y de ritmos fue dura de sobrellevar; pero al final sobreviví ya que, en cuanto a ritmos, nada que ver con la agitación de la Europa occidental!

Pero qué raro me sentía tratando de tener horarios, un programa diario; impedido de tomar el primer café de la mañana en plena naturaleza; empujado a la disciplina de lavarme a diario, de (dar la impresión de) preocuparme por mi vestimenta; de hablar en vez de escuchar pájaros; de tener que jugar al experto luego de meses en los que apenas fui aprendiz…

El jueves estuve de viaje terrestre entre Yerevan y Tbilisi en Georgia. El paisaje bastante árido del otoño me contaba los Andes secos y no me sentía tan desubicado. Viernes y sábado, estuvimos de terreno, hacia Kazbeghi, por tanto a pocos kilómetros de la frontera con la Federación Rusa. Estábamos a 1700 metros de altura y el relieve cordillerano era el de los Andes, la vegetación y sus árboles me recordaban el terreno encima de mi casita del cerro; tampoco me sentí desubicado.
Los Andes, la casita del cerro… espero que el Cáucaso vaya incorporándose paulatinamente en mi universo serrano. Pero eso de los idiomas no ayuda. Me siento autista ya que ninguno de los míos me sirve aquí: más o menos como me había sucedido en el Caribe inglés hace cuatro años. Pero con una gran diferencia: fuera del habla, aquí todo me… habla; los paisajes, la gente, el tipo de desafíos que me trae por estos lares; esto me brinda mucho para intentar compartir.

Además, ya que me he de dedicar a zonas naturales protegidas, me siento mejor preparado que antes: yo mismo vivo en una zona protegida, el Parque Natural Regional de Livradois-Forez…

Sí pues, les voy a confesar (mucho confieso desde que estoy con amores policíacos), en este domingo de descanso hallé otro pretexto para acercarme a los locales: me compré vinos georgianos y en este momento estoy probando el blanco, ¡el tinto será para esta noche! Es parte de la metodología: me explicaron que la producción de vino comenzó en esta parte del planeta; es mi deber comprobar estos antecedentes de aquello que alegra mi vivir en la casita del cerro, estudiar estos saberes antiguos que son el sabor de hoy, captar las relaciones entre épocas y áreas geográficas. ¡Estoy chambeando!

Pero sigue el dilema: ¿son compatibles el vehículo doble tracción para el terreno y la corbata del mundo oficial? Lo visto este viernes de madrugada delante del hotel Radisson de Tbilisi deja suponer que no: si no se escoge entre uno y otro, la cosa termina mal…
Versión francesa a Tbilissi, el domingo 2 de octubre del 2011