Este
invierno 2013 trajo más nieve de lo que había conocido en mis dos anteriores aquí.
No me disgusta: se trata de una nueva dimensión que me toca aprehender. Además me
decidí tardíamente a aprovechar el encierro para emprender arreglos en el piso superior
y ya no había acceso vehicular para subir materiales: era oportunidad para
comprobar virtudes y límites de la carretilla mágica. En enero, algo de deshielo
permitió dos cargamentos.
A
inicios de febrero necesitábamos más tablas y la nieve lo invadía todo. Mi
joven mentor en artes carpinteras vino a colaborar y es un temerario. Agarró la
carretilla y, solito y con brío, demostró lo imposible. Nuevos horizontes
orugueros se abrían. Me volví intrépido. El miércoles 6, mientras arrancaba una
nueva fase nevosa y glacial, nos lanzamos juntos al abordaje de la pendiente.
Estas
fotos corresponden a la parte de abajo, cerca del caserío. Más arriba ya no
hubo tiempo para registrar imágenes: el fotógrafo caminaba por delante con la
pala para despejar los peores amontonamientos mientras yo seguía empujando la
carretilla mágica cuyo motor necesitaba ayuda. Hora y media para ochocientos
metros. Pero… ¡lo logramos! Lástima: la cámara no soportó el frío y se negó a grabar
el momento glorioso de la llegada triunfal.
El
viernes 8 hubiese tenido que partir hacia mi tierra natal, la Champagne. El
jueves 7, al abrir mi puerta, comprobé que era ¡ahora o nunca! Pronto ya no
habría paso…
Hasta
pronto, buron.
Desde
lo lejos, durante diez días, me informé de la evolución de las nieves en mi
ladera: cayó casi un metro; mi retorno se vislumbraba folklórico. Preferí
viajar de noche a fin de estar temprano y tener tiempo de enfrentar la
realidad. Para subir, sólo cargué aquel mínimo de cosas que no sobrevivirían a
una o dos noches de hielo en el auto: sabía que me iba a tocar mucho rato
apaleando hasta alcanzar la puerta y lograr abrirla.
De
hecho, le di duro a la pala pero… algo de nieve se había infiltrado en los
intersticios para luego convertirse en hielo y presionar el tablero: mi llave
no funcionaba, la manija se me quedó en la mano… Tuve que limpiar otro camino
hasta la entrada de emergencia. Pude ingresar.
Luego,
fueron otras horas más para despejar un poco mi espacio vital exterior. Pero
fue un ejercicio bienvenido para desfogar el estrés de diez días “en el mundo”.
Así
es. Mi terraza favorita es ahora un hueco en medio de murallas de nieve.
Pero
me sigue brindando el gozo de un aperitivo en este paisaje.
El
viernes 22 comenzó a nevar nuevamente pero decidí hacer una nueva experiencia.
En vez de salir para trazar caminos, me instalé al costado de la estufa con una
novela de 2500 páginas, sin asomarme afuera para nada. Hoy día, sé que esta
cura se está acabando: esta noche dejará de nevar; y es urgente despejar mis
dos últimas aperturas aún no sepultadas por la nieve si no quiero quedarme en
la oscuridad.
Además
mañana tendré que salir a la parte alta de la ladera para conectarme a internet
y enviar esta nota sobre el blog. Será otra aventura…
Las Fayas,
lunes 25 de febrero del 2013