martes, 26 de febrero de 2013

Sobre nieves y otras aventuras


Este invierno 2013 trajo más nieve de lo que había conocido en mis dos anteriores aquí. No me disgusta: se trata de una nueva dimensión que me toca aprehender. Además me decidí tardíamente a aprovechar el encierro para emprender arreglos en el piso superior y ya no había acceso vehicular para subir materiales: era oportunidad para comprobar virtudes y límites de la carretilla mágica. En enero, algo de deshielo permitió dos cargamentos.
A inicios de febrero necesitábamos más tablas y la nieve lo invadía todo. Mi joven mentor en artes carpinteras vino a colaborar y es un temerario. Agarró la carretilla y, solito y con brío, demostró lo imposible. Nuevos horizontes orugueros se abrían. Me volví intrépido. El miércoles 6, mientras arrancaba una nueva fase nevosa y glacial, nos lanzamos juntos al abordaje de la pendiente.


Estas fotos corresponden a la parte de abajo, cerca del caserío. Más arriba ya no hubo tiempo para registrar imágenes: el fotógrafo caminaba por delante con la pala para despejar los peores amontonamientos mientras yo seguía empujando la carretilla mágica cuyo motor necesitaba ayuda. Hora y media para ochocientos metros. Pero… ¡lo logramos! Lástima: la cámara no soportó el frío y se negó a grabar el momento glorioso de la llegada triunfal.
El viernes 8 hubiese tenido que partir hacia mi tierra natal, la Champagne. El jueves 7, al abrir mi puerta, comprobé que era ¡ahora o nunca! Pronto ya no habría paso…

Hasta pronto, buron.

Desde lo lejos, durante diez días, me informé de la evolución de las nieves en mi ladera: cayó casi un metro; mi retorno se vislumbraba folklórico. Preferí viajar de noche a fin de estar temprano y tener tiempo de enfrentar la realidad. Para subir, sólo cargué aquel mínimo de cosas que no sobrevivirían a una o dos noches de hielo en el auto: sabía que me iba a tocar mucho rato apaleando hasta alcanzar la puerta y lograr abrirla.
De hecho, le di duro a la pala pero… algo de nieve se había infiltrado en los intersticios para luego convertirse en hielo y presionar el tablero: mi llave no funcionaba, la manija se me quedó en la mano… Tuve que limpiar otro camino hasta la entrada de emergencia. Pude ingresar.
Luego, fueron otras horas más para despejar un poco mi espacio vital exterior. Pero fue un ejercicio bienvenido para desfogar el estrés de diez días “en el mundo”.
Así es. Mi terraza favorita es ahora un hueco en medio de murallas de nieve.
Pero me sigue brindando el gozo de un aperitivo en este paisaje.
El viernes 22 comenzó a nevar nuevamente pero decidí hacer una nueva experiencia. En vez de salir para trazar caminos, me instalé al costado de la estufa con una novela de 2500 páginas, sin asomarme afuera para nada. Hoy día, sé que esta cura se está acabando: esta noche dejará de nevar; y es urgente despejar mis dos últimas aperturas aún no sepultadas por la nieve si no quiero quedarme en la oscuridad.


Además mañana tendré que salir a la parte alta de la ladera para conectarme a internet y enviar esta nota sobre el blog. Será otra aventura…
Las Fayas, lunes 25 de febrero del 2013