miércoles, 8 de febrero de 2012

13. El frío grande regresó. Yo también…

Como me las gocé esas últimas noches en La Ceiba, en Honduras, donde me había extraviado para darle una mano al amigo Humberto. Sabía que en Francia se estaba instalando el frío grande mientras en la costa atlántica hondureña campeaba el mejor clima del año: ni frío ni caliente, sin necesidad de ventilador siquiera. Dormía calato sobre la cama, saboreando esos momentos de libertad del cuerpo antes de volverme a cubrir con seis o siete capas diferentes para sobrellevar las fuertes heladas en mi casita del cerro francés. Cada día consultaba los boletines meteorológicos y sabía que en mi zona la temperatura estaba por los quince o veinte bajo cero.

Cuarenta grados de diferencia en pocas horas es mucho, hasta para el mejor entrenado: al bajar del avión en Paris, el jueves 2, recibí un verdadero cachetazo de hielo; por querer encender mi celular con los guantes puestos lo malogré; al no poder coordinar bien, en Troyes tuve que agarrar taxi para que me lleve urgente a una casa caliente, la de mi hermano, porque no aguantaba la espera helada.

En la Champagne me demoré un día más de lo previsto, so pretexto de atender a mi madre. Pero tenía que enfrentar: el domingo 5 de febrero manejé las ocho horas que me separan de Las Fayas. Bueno, de Las Fayas, no; evidentemente la nieve impedía acceder en carro a mi casa; dejé el auto en el caserío de Le Perrier, allí donde termina el asfalto, me puse raquetas para poder caminar y empecé la subida, con mochila en la espalda y maleta en la mano. Veinte veces me habré parado para descansar y para mover mis manos congeladas, aún con guantes y sub-guantes.
No crean, no me voy a lamentar. Porque si bien es duro llegar, estar fue una alegría. No había tanta nieve y no tuve que cavar para alcanzar la manija de la puerta. Los paneles solares estaban limpios y las baterías cargadas. Adentro sólo tenía tres grados bajo cero y el Thierry estaba preparado para mi llegada: media hora después ya alcanzaba un grado sobre cero.

Ya me había tocado llegar poco después de una ola de hielo mayor pero ésa fue la primera vez que lo hacía durante el frío grande: ¡la aventura! Y muchos aprendizajes…

A pesar de mis precauciones en vaciar bien las cañerías y sacar el medidor de agua, todo el sistema estaba congelado: necesité veinticuatro horas calentando, con la estufita de petróleo, tramo por tramo de los menos de ocho metros de tubos para restablecer el funcionamiento normal.

Con el gas sucedió algo parecido: el domingo, cuando quise preparar un café, apenas si salía una llamita pichi; pensé que la garrafa estaría acabada pero probé a calentarla un poco y recién demostró que estaba todavía vivita y coleando.

Ayer lunes fue pues un día muy especial: me lo pasé moviendo la estufita de petróleo a lo largo de las cañerías y cargando el Thierry con mi mejor leña para obtener una temperatura llevadera. Dejé todo lo urgente para dedicarme a cortejar así la casita, a hacerme perdonar mi ausencia. Apenas me alejaba poquito para trazar caminos en la nieve, entrar leños, recoger luces y rayos del sol, regodearme con un café o un aperitivo en la mesa de la terraza.
Y la casita me lo agradeció. Esta madrugada del martes, a las siete, acabo de alcanzar veintitrés grados de diferencia entre exterior e interior: siete positivos adentro, dieciséis negativos afuera. Y puedo decirlo: desde que estoy, jamás he sentido verdaderamente  frío.

Las Fayas, martes 7 de febrero del 2012

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