Las
nieves de enero y febrero demoraron mucho en derretirse a pesar del clima
primaveral que nos vitalizó en las tres primeras semanas soleadas de marzo. Al
menos aquellos caminos mal orientados quedaron largo tiempo con su
revestimiento de hielo, imposibles de transitar. Mis reservas de víveres están
disminuyendo y aspiro a recargar mis depósitos.
Pero
el cerro se llenó de voces y actividades de todo tipo, con las permanencias de
vecinos radicados lejos, con las visitas frecuentes de los vecinos más
cercanos, con la corta estadía de una tropilla familiar: tres nietos conducidos
por Carla, mi hija mayor, recientemente reinstalada en Francia y que no había
estado aquí desde el día en que compré la casa, hace diez años. ¡Qué tal
zafarrancho de gentes luego de estar más de un mes sin bajar nunca a la ciudad
próxima! Lo gocé.
Con descendientes así, ¿quién se sorprende que yo termine de eremita? |
A
la vez fue el reencuentro denso con las tareas físicas en exteriores, sobre
todo leña, caminos y limpieza de los terrenos cargados de ramas y ramitas
caídas por efecto de las nieves pesadas.
Hasta
que, este sábado último, volviese a nevar. Luego de una semana intensa en que
mi cuerpo desacostumbrado comenzó a quejarse de tanto agacharse para recoger de
todo, de tanto cargar troncos y leños, de tantas horas diarias con alguna
herramienta en la mano, la novedad no me perturbó. Más bien la oportunidad de
una pausa era bienvenida ya que, por más que trate de controlar lo mejor
posible mis entusiasmos, sigo con rezagos de ese temperamento extremo que me
acompañó toda mi vida.
Además,
¿por qué no aprovechar para salir, para dar esa vuelta al Norte de Francia hacia
mi amiga Annik quien, en Normandía temperada y lluviosa, sufre bajo el
imperialismo de un verde pasto exuberante; hacia mi hermano Philippe, en la
Champagne, el último de mi familia de origen con quien mantenga contacto
estrecho y cariño mutuo? El domingo en la mañana me sentía totalmente decidido:
¡mañana en la noche me voy por una semana o diez días!
Bueno,
antes de medio-día estaba votando en las elecciones municipales (primera vez
que lo hago en elecciones oficiales ya que no creo en el imperialismo de la
democracia occidental, pero tenía que demostrar mi solidaridad con quienes se
oponen al nuevo hacendado aristocrático que pretende, a base de subsidios,
crear su feudo y excluir a los demás); al medio-día me enteraba que, durante
esos eventuales diez días fuera, iba a estar, en el abra cercana, un
caminante-cuentero que recorre todos los pueblos del Parque Regional al que
pertenezco; en la tarde me regocijé con el teatro de una tormenta de “grésil”, un
granizo menudo y duro. En la noche estaba menos seguro de la conveniencia de
salir de aquí. Una nueva pausa de hibernación podría ser sabrosa.
La hamaca de las nieves |
Me
quedé. La pausa resultó provechosa. Hoy, primera vez en mucho tiempo, logré
preparar respuestas a tantos mensajes internet en espera; me motivé para
escribir esta nota para el blog desatendido desde hace mucho; pronto iré a
regodearme en la hamaca, en la hamaca de las nieves. Sí, es mi último hallazgo:
colgar una silla-hamaca de las traídas hace mucho desde Nicaragua y solazarme
en ella, no en medio del calor tropical sino en el frío vigorizante de mis
cerros.
¿Quién
dijo que había que ser razonable? Para el vivir bien también hay que saber ser
delirante. Y aceptar las pausas. Precisamente estoy pensando en otra pausa:
luego de dos años de dejarme crecer todo tipo de pelos (coquetería de viejo)
creo que voy a hacer una pausa de barba y afeitarme muy pronto…
Con semejante abuelo, ¿cómo sorprenderse que los nietos sean así? |
Las Fayas de
Le Perrier, miércoles 26 de marzo de 2014