Casi
tres meses sin visitar este blog. Una causa única: el calendario. A diferencia
de los muchos meses anteriores, acabo de andar con un calendario en la cabeza,
es decir que desde mayo estoy en plan de correr en vez de nacer cada día al día
como tal, en plan de cumplir en vez de vivir: entre el viaje al Perú y las
andanzas en Marruecos se multiplicaron las actividades, las obligaciones, los
ritmos acelerados. Y ya no estoy para eso. De ahí el largo silencio.
¡Oh,
me gocé por cierto! Los reencuentros con el Perú, con los amigos y cariños, con
la Amazonía y mis huellas tan antiguas, con las gentes y sus artes, fueron
sabrosísimos. Los recorridos por el Anti-Atlas marroquí, con su historia de
perseverancia, creatividad y solidaridad, fueron estimulantes. Además me
emocionaba sentir mi intelecto activo, lento pero atento y recobrando sus
ardores visionarios.
Pero…
Con el Perú se trataba también de escribir cuando, en un año, apenas si había
parido unas veinte páginas máximo (para este blog y el francés): ¡qué duro
volver a llenar líneas y líneas, por más que estén las ganas de compartir! Con
el trabajo de Marruecos los desafíos fueron muchísimo más exigentes de lo
previsto: estuve en plena interculturalidad, bailando entre lo berberisco de la
zona misma, lo árabe del país, lo francés de los migrantes y sus aliados, todo
eso además de las tensiones de enfoque y de metodología entre la cultura
desarrollista a la francesa y mi propia “cultura de la gente” forjada en
América Latina.
Resultó
agotador, demasiado. A tal punto que llegó la hora del surmenaje. En Marruecos
había percibido las primeras alertas, pero aún soñaba y además me había
comprometido. La semana pasada bastaron unas contrariedades para que, en menos
de una hora, surja el cartelito de “se acabó”, para que la cabeza estallara a
la menor mención de “trabajo”.
No
estoy preocupado. Dentro de doce meses festejaré el trigésimo aniversario de mi
primer surmenaje. Y hace mucho que aprendí a estar con él, a considerarlo como
mi amigo, mi salvador. Sé que le debo la vida, que sin él hace muchos años que
hubiera muerto: me protege de mí mismo, de mi cabeza que siempre quiere más,
que se acelera, que se regocija en visiones de todo lo que podría ser y que
luego me manda hacer… demasiado.
¿Se
acabó? Bueno sí: el calendario, los compromisos, la vorágine del hacer para el
mundo. Y llegó el otoño. Estoy escribiendo en mi terraza soleada. A la música
de los insectos se están agregando las notas de las primeras hojas que caen,
una a una, como a la hora del ensayo antes del concierto, cuando se prueban los
instrumentos.
El
otoño es pintor también. Este año los serbales están cargados de frutos y sus
racimos rojos ya destacan por todas partes en el paisaje. Los árboles en
general prueban sus próximos atuendos y buscan los coloridos adecuados para
celebrar la despedida de sus hojas. Sé que será progresivo. Aún no conozco bien
pero creo que las últimas serán las hayas y antes de ellas los arces.
¿Qué
más pedir para alcanzar una buena densidad de descanso, para salir del silencio
y compartirles, para olvidar el calendario y reencontrar la naturaleza con sus
ritmos, colores y sonidos? Que me vengan a visitar mis amigos… El venado, no
creo que se aparezca: empezó la temporada de caza. Lo reemplazaron el faisán
anoche y su hembra la semana pasada. La ardilla fue el sábado. Los pájaros,
todos los días; depende de la hora, por tanto de mi disponibilidad.
Las Fayas, el
martes 24 de setiembre del 2013
Nota:
Consecuencia del ritmo y de mi cada vez más limitada capacidad de gestión, el
sitio web p-zutter.net quedó bloqueado, probablemente en forma definitiva. Si,
en el Perú y/o en Bolivia, algún centro, no universitario, está interesado en
recoger y hacer accesible el fondo documental que está ahí, avísenme.