jueves, 13 de noviembre de 2014

¡ Estoy vivo !


Prácticamente seis meses sin dar señal alguna. Algunos averiguaron si seguía vivo o si estaba enfermo. Sí y no. Sí, sigo vivo. No, no estoy ni estuve enfermo. Estoy simplemente gozándome con la nueva existencia que me ha tocado. Y no sé bien qué contarles.
Hay tan poco que contar. Y al mismo tiempo podría haber tanto.
No me atrevo a molestarles con el transcurrir de un trajín cotidiano lleno de rutinas activas pero tranquilas, con el encierro en naturaleza del que salgo cada vez menos, apenas para las compras en la ciudad cercana, con mis reencuentros del estar rural, de sus ritmos, de sus trabajos y sus espectáculos, con las evoluciones de cuerpo y mente que a veces se vigorizan y otras veces flojean.
La aventura, la intensidad, el permanente renovar están en otro plano, en los sentimientos y emociones con los que recibo este vivir, sus descubrimientos, sus comprobaciones, sus sorpresas. La procesión va por dentro y es de casi puro carnaval y alegrías. Pero esto no se puede contar en un blog. O más bien habría yo de volver a aprender a contar.
Claro, también me llegan algunos estímulos del mundo exterior para sacarme del devenir ermitaño. Me anunciaron hace poco que la difusión en el Cáucaso de algunas de nuestras metodologías latinoamericanas empezaba a dar sus frutos y se me hizo fiesta el saber que no había sido todo fracaso como creía, que no había sido tiempo perdido. Me acabo de informar que el querido coronel Rubén Sánchez falleció en Cochabamba y me llené de mis contrastados recuerdos de militares del continente, desde el minigorila Alsogaray con quien compartí mi primer almuerzo al desembarcar en Buenos Aires en diciembre de 1968 hasta Juan Velasco Alvarado a quien sigo siempre agradecido por todo lo que hizo en el Perú y por las oportunidades que nos brindó, a toda una generación, de formarnos construyendo en vez de gastarnos sólo en denuncias y luchas o en rigores ideológicos. Hace casi tres meses que intento atender mi deuda con la Amazonía peruana volcando algo de mis energías diarias en ordenar bibliografía y experiencias sobre las bondades del aceite de copaiba y sobre los métodos para extraerlo…
Pero lo central es de hecho ese gozo ermitaño en el cerro. Nada de aburrimiento. Este año llegaron mis primeras flores para armonizar con las silvestres que extiendo. Los incipientes ensayos de huerto fueron ricos en hallazgos y risas. Tumbé árboles para acoger horizontes lejanos por encima de una parte de mi prado y para abrirla al sol y a posibles nuevos cultivos. Comencé el proceso para establecer ahí andenes agrícolas al estilo de los Andes. Con la ayuda puntual de maquinaria me lancé a la limpieza y rehabilitación de los caminos cercanos que generaciones de campesinos empedraron a mano y cuidaron…
¿Qué hay de ermitaño en eso? El ritmo por supuesto: son muchas las horas diarias en que me quedo contemplando, meditando, antes, durante y después de las tareas. Y también el desprendimiento paulatino del mundo, sus reglas, sus instrumentos. No es que lo vaya negando sino que se aleja de a poco porque perturba con sus horarios que no respetan al sol, con su calendario administrativo que no sirve para la vida aquí, con sus múltiples normas por la negativa.
Todo sería regocijo si no fuera por esa sensación de volverme inapto a la vida con los demás. En estas semanas me estoy proponiendo hacer esfuerzos para conservar la capacidad de relacionarme y de disfrutarlo. Primer paso: acabo de comprar un gran calendario mural 2015.

Las Fayas, martes 11 de noviembre del 2014

viernes, 16 de mayo de 2014

Tormenta latinoamericana en Las Fayas

Tormenta latinoamericana en Las Fayas
Luego de meses casi sin salir del cerro, gozándome con el retiro en medio de mis maravillas, luego de meses acostumbrándome a la idea de que una vida se terminó, de que ya me va a ser imposible hacer misiones a América Latina y casi imposible financiarme yo mismo viajes hasta allí, llegó la tormenta latinoamericana hasta mi antro, mis prados, mi casa, mi ser.
Inicialmente sólo se trataba de compartir un fin de semana con Teresa, la andante franco-latinoamericana cuyo corazón había quedado prendido de los paisajes y las vidas de Cotahuasi en el Perú. Me había dejado animar a ayudarle en sus reflexiones sobre la mejor manera de compartir en un cortometraje las imágenes y sentimientos que se había traído de vuelta. Terminada la película, me instaba a venir a verla en Paris pero ya no tengo mucho aguante para las ciudades. De armas tomar la joven: ¡se trepó al tren y apareció aquí!
Bastó una tarde de viernes en que comenzara a contarme sus andanzas por el sur del continente, a dedo, acampando, dejándose estar allí donde unas gentes o unos ambientes le llamaban, y un anochecer en que me enseñara su documental, para que estallaran las fronteras de mi cerro y que me encontrara volando como águila sobre esas regiones que tanto me han deleitado.
El sábado, no me quedaba otra que entrar a la reciprocidad y hacerle descubrir por qué califico esta zona como mis “Andes de Francia”. Aproveché mi reciente hallazgo (con bastones soy nuevamente capaz de hacer caminatas medianas sin sufrir casi) y salimos a recorrer. Creo que me impresioné tanto como ella…
Desde que no circulo mucho, había perdido la vivencia de tanta diversidad de paisajes, más bien de ambientes, en un área tan reducida. Al recobrar mis piernas, y con su presencia, reencontraba mis ojos andinos y me volvía a extasiar como en mis primeros tiempos: aquí otrora todo fueron praderas; pero abandono, regeneración natural y plantaciones crearon un mosaico de rincones mágicos tramado por una densísima red de caminos empedrados por los hombres. Sólo nos faltaba poder estar más tiempo para dejar que los duendes se confíen y vengan a saludarnos.
Todas las fotos son de Teresa Reyes

Al ensueño contribuía también el poder vivir en castellano ¡durante cuarentiocho horas! Claro, buscaba palabras porque el vocabulario se me escapa poco a poco, pero no traducía como suelo hacer en francés con mis vecinos: podía sentir y hablar en el mismo idioma, en la misma cultura.
Y ella contaba, contaba. Viajes y vivencias. Alentada por un escucha que conoce y comprende sin necesidad de explicar sino simplemente con el gozo de compartir. Y yo me transportaba en tiempos de mis propias idas, en horizontes de mis propias estadías. Y luego, al momento de la venida, me sorprendía de tener ahora como propios los recuerdos y las amistades que me había entregado.
¡Una tormenta! Sí. Y bienvenida. Que vino a sacudir mi pereza ermitaña, mi rutina de afrancesamiento. He ahí que su promesa de enviarme una araucaria para que la plante en mi terreno despertó mis dormidos delirios de queñoas y de llamas aquí. He ahí que en la noche mis usuales pesadillas sobre aeropuertos, equipajes, apuros de mi anterior vida gitana se trocaron en renovados sueños de sabores latinos y de películas sobre las hadas y los duendes en Las Fayas.
Poder soñar, ya es algo enorme. Pero también voy a renovar mi pasaporte que está venciendo. Por si acaso me dura el ensueño…

Las Fayas de Valcivières, miércoles 14 de mayo del 2014

jueves, 27 de marzo de 2014

Con pausas se viene la primavera

Las nieves de enero y febrero demoraron mucho en derretirse a pesar del clima primaveral que nos vitalizó en las tres primeras semanas soleadas de marzo. Al menos aquellos caminos mal orientados quedaron largo tiempo con su revestimiento de hielo, imposibles de transitar. Mis reservas de víveres están disminuyendo y aspiro a recargar mis depósitos.
Pero el cerro se llenó de voces y actividades de todo tipo, con las permanencias de vecinos radicados lejos, con las visitas frecuentes de los vecinos más cercanos, con la corta estadía de una tropilla familiar: tres nietos conducidos por Carla, mi hija mayor, recientemente reinstalada en Francia y que no había estado aquí desde el día en que compré la casa, hace diez años. ¡Qué tal zafarrancho de gentes luego de estar más de un mes sin bajar nunca a la ciudad próxima! Lo gocé.

Con descendientes así, ¿quién se sorprende que yo termine de eremita?

A la vez fue el reencuentro denso con las tareas físicas en exteriores, sobre todo leña, caminos y limpieza de los terrenos cargados de ramas y ramitas caídas por efecto de las nieves pesadas.
Hasta que, este sábado último, volviese a nevar. Luego de una semana intensa en que mi cuerpo desacostumbrado comenzó a quejarse de tanto agacharse para recoger de todo, de tanto cargar troncos y leños, de tantas horas diarias con alguna herramienta en la mano, la novedad no me perturbó. Más bien la oportunidad de una pausa era bienvenida ya que, por más que trate de controlar lo mejor posible mis entusiasmos, sigo con rezagos de ese temperamento extremo que me acompañó toda mi vida.
Además, ¿por qué no aprovechar para salir, para dar esa vuelta al Norte de Francia hacia mi amiga Annik quien, en Normandía temperada y lluviosa, sufre bajo el imperialismo de un verde pasto exuberante; hacia mi hermano Philippe, en la Champagne, el último de mi familia de origen con quien mantenga contacto estrecho y cariño mutuo? El domingo en la mañana me sentía totalmente decidido: ¡mañana en la noche me voy por una semana o diez días!
Bueno, antes de medio-día estaba votando en las elecciones municipales (primera vez que lo hago en elecciones oficiales ya que no creo en el imperialismo de la democracia occidental, pero tenía que demostrar mi solidaridad con quienes se oponen al nuevo hacendado aristocrático que pretende, a base de subsidios, crear su feudo y excluir a los demás); al medio-día me enteraba que, durante esos eventuales diez días fuera, iba a estar, en el abra cercana, un caminante-cuentero que recorre todos los pueblos del Parque Regional al que pertenezco; en la tarde me regocijé con el teatro de una tormenta de “grésil”, un granizo menudo y duro. En la noche estaba menos seguro de la conveniencia de salir de aquí. Una nueva pausa de hibernación podría ser sabrosa.
La hamaca de las nieves
Me quedé. La pausa resultó provechosa. Hoy, primera vez en mucho tiempo, logré preparar respuestas a tantos mensajes internet en espera; me motivé para escribir esta nota para el blog desatendido desde hace mucho; pronto iré a regodearme en la hamaca, en la hamaca de las nieves. Sí, es mi último hallazgo: colgar una silla-hamaca de las traídas hace mucho desde Nicaragua y solazarme en ella, no en medio del calor tropical sino en el frío vigorizante de mis cerros.
¿Quién dijo que había que ser razonable? Para el vivir bien también hay que saber ser delirante. Y aceptar las pausas. Precisamente estoy pensando en otra pausa: luego de dos años de dejarme crecer todo tipo de pelos (coquetería de viejo) creo que voy a hacer una pausa de barba y afeitarme muy pronto…

Con semejante abuelo, ¿cómo sorprenderse que los nietos sean así?
Las Fayas de Le Perrier, miércoles 26 de marzo de 2014

miércoles, 29 de enero de 2014

Crianzas de un renacer bajo nieve

El cielo está totalmente nublado y la casa está casi tan iluminada como en verano. Ventajas de la nieve que reverbera toda luz presente. Primera nieve seria desde hace casi mes y medio. Se terminó aquel intermedio que me regaló un sinfín de actividades exteriores. Tumba o poda de árboles maltratados por las tormentas de noviembre. Preparación de leña. Pero también, cosa excepcional en esta temporada, limpieza a fondo de caminos y de drenes. Luego del largo y a veces deprimente encierro del año pasado, me encuentro esta vez reconciliado con el invierno. Y con ganas de disfrutar el nuevo ciclo de hielo y de paisajes blancos y acristalados.
Desgraciadamente no logré aún cumplir con los últimos compromisos laborales, en la Amazonía y en Marruecos. Más todavía, acabo de sufrir una verdadera crisis de fobia a la compu y a la escritura. A manera de duelo de un tipo de vida de la que me tengo de despedir.
Digo “desgraciadamente” porque, al mismo tiempo, siento crecer la leve emoción de un renacer… en escritura. Los arreglos de casa han dado sus frutos y ya cuento con un interior bien protegido de vientos y aguas. Leña de calidad y estufa radiante brindan un ligero calorcito ideal para mi gusto. Adquirí el arte de provisiones invernales y podría estar meses sin necesidad de bajar a las tiendas de la ciudad. La mente libre de las preocupaciones de antes y las pausas que brinda la hibernación son propicias a que manen sueños de un compartir más amplio, más allá de mis socios actuales, los vecinos amigos, los venados y jabalíes, las aves y ardillas, los potreros sin potros, los helechos, musgos, retamas y árboles.
Prohibido lanzarme a nada hasta que haya “cumplido” lo pactado. Pero, un poco a manera de romper mis bloqueos presentes y mucho a manera de renovar mi regocijo, me dejo llevar por la dulce crianza de esa futura chacra de palabras. Es crianza doble: dejo que me impregnen las historias y emociones a cosechar; imagino las condiciones posibles para cultivarlas mejor.
Las dudas son muchas y sabrosas. Las andanzas que cortejan mis ganas son sobre todo dos y aparentemente opuestas: los más de cuatro decenios de aventuras gitanas en América Latina y los casi cuatro años de ermitaño en el cerro de Francia. Pasado y presente. ¿Cuál es cuál? La elección del idioma tampoco es evidente; aquí se habla de “lengua” pero siento que se trata sobre todo de “corazón” y, tanto en castellano como en francés, tengo mis afectos y mis carencias.
Además, me hallo sorprendentemente en pañales de novato. Luego de haber parido decenas de miles de hojas y de haber publicado una mayoría de ellas, he ahí que por primera vez enfrento el desafío de lo comercial. Hasta aquí sólo escribí preocupándome de la utilidad y del placer, el mío y el del lector: o me pagaban por hacerlo, o me empujaba la necesidad de aportar algo, o me dejaba llevar por el gozo y el desfogue gratuitos. Ahora que se me terminan los honorarios profesionales, persigo también la ilusión de algunos ingresos “de autor” para seguir sufragando los extras: arreglos en mi territorio francés y visitas a mis llajtas y familias latinoamericanas.
Esta hora es deliciosa porque lo más fuerte es esa sensación de un renacer. Ya vendrá el tiempo de los intentos de decisiones, de los ensayos de frases, de las tensiones entre el querer y el deber (sé que si se me hace obligación me estrellaré en medio de hojas en blanco pero sin nieve). Entonces paladeo cada gana, cada idea, cada sentir. Lo más importante no es hacer, es soñar. Ya sé que del dicho al hecho hay mucho trecho, ¡y cada vez más para mí! Pero soñar es vivir. Volver a soñar es un renacer.

Lunes 20 de enero del 2014 en Las Fayas de Valcivières