sábado, 31 de marzo de 2012

16. El Duster, ¿es carro suficientemente pobre?


Pura aventura. Ayer, en mi camino de retorno, hice compras mucho más pesadas que en los últimos meses. Suponía que en mi ausencia el hielo se habría derretido lo necesario como para que pueda subir hasta la casita misma. Sino… tendría que hacer varios viajes a pie cargando de a poco mis maletas, mis víveres, mis líquidos vitales…
¡Gané! Por primera vez desde fines de noviembre pude llegar con mi vehículo.
¡Perdí! Parte de la noche me entrampé en mis debates y contradicciones.
Luego de muchos cabildeos, a fines del 2010 me decidí a comprar un auto doble tracción para no tener que cargar demasiado. Sabía que era indispensable. No quería tener dos vehículos. Pero la edad ya no me permite largos viajes de carretera en un coche pequeño pero rústico y saltarín. Pero ni mi presupuesto ni mi alma toleran permitían un doble tracción cómodo pero contaminante y gran consumidor. Con el invento del Duster por Dacia quedé conforme. La razón me decía que era la mejor opción.
¡Un monstruo en mi terraza!
¿La razón? ¡Qué emoción tan chocante cuando, hace precisamente un año, me lo entregaron y me desperté una mañana con la visión de ese monstruo nuevo y reluciente delante de mi puerta! Estaba espantado. ¿Qué hacía este animal plantado como lunar ante mi casa? Lo desterré hacia el antiguo aparcamiento del terreno comunal a fin de verlo lo menos posible.
Dado que era tan práctico y que me brindaba perspectivas de permanecer más años aquí a pesar de la edad, me acostumbré. Tratando de conservar distancia, me mofaba de mi mismo: en mi “diario” de aquellos meses, había bautizado la plataforma de acceso a mi terraza desde la vía empedrada como el “Altar Duster”, como si fuera el Becerro de Oro.
En el exilio...
¡He ahí que, anoche, me sorprendí pensando en él con agradecimiento y ternura! Mientras, el jueves último en Armenia, en debates con los desarrollistas, peleaba contra su afán de “luchar contra la pobreza”… Explicaba con argumentos que, si bien la miseria es inaceptable, la pobreza material es no solamente aceptable sino bienvenida ya que el planeta no aguantará por mucho tiempo más un estilo de vida como el que se pregona hoy, con su idea de riqueza y su consumismo. “No lucho contra la pobreza sino para que todos podamos, en pobreza, valorar y saborear tantas riquezas de vida que tenemos.” Es lo que pregonaba, es lo que intento vivir yo mismo.
Sí, pero… ¿y el Duster? ¡He ahí que me estoy enamorando de él! Se imaginan la noche que pasé… Pero no terminó tan mal. Me autoconvencí que no tenía alternativa. Y, puesto que no intento presumir, ¿por qué no dejarme seducir?
Así es como, esta mañana, me desperté reconciliado conmigo. Y dispuesto a seguir disfrutando de esta vida en el cerro donde me esfuerzo precisamente por tener un bajo impacto ecológico y un enorme regocijo de naturaleza, un baile de compañías variadas, una inmersión en diversidad radiante. La “vida verdadera” según dicen o se burlan algunos…
Basta. Acabo de ver que ya crecen aquí también los primeros diente-de-león. Voy a hacer mi cura primaveral. ¡No dejaré que el Duster me lo impida!
Las Fayas, viernes 30 de marzo del 2012

15. En marzo, la vida en pilas


El sábado 17 de marzo dejaba la casita del cerro para encaminarme hacia la Champagne de mi infancia y luego el Cáucaso. De repente surgieron ganas frenéticas de sacar fotos de mis múltiples pilas de leña. ¿Por qué ganas frenéticas? Porque terminaba dos largas semanas de frenesí. En aquellos bosques que fueron pradera comunal, otrora, ahí encima de mi casa. Dos semanas largas y sabrosas tumbando, trozando, apilando, limpiando. Abriendo cielo hacia el este y recuperando algo más de luz para mis paneles solares en invierno.
Así, antes de partir, quería un inventario y balance, imágenes de mi paisaje cada vez más sembrado con pilas de leña vieja y nueva, con pilas de ramitas viejas y nuevas, pero en forma cada vez más ordenada y eficaz.
Las pilas viejas son aquellas que tenía para el invierno 2011-2012. Algo queda, sí. Entre mis ausencias y mi consumo ahorrativo, aguanté y tengo yapa. Hasta me queda alguito de roble en el piso buron-galpón.
También está la pila bien formada de haya y arce que será base de mi calefacción para el invierno 2012-2013. Insuficiente por cierto, pero ya es una garantía.

Ahora se agregan las pilas de abedul de este mes de marzo. El sol de fines de febrero derritió un poco de nieve; algunas zonas quedaron accesibles para trabajar sin mayor peligro. El primero de marzo probé la motosierra. Arrancó. Se inició la fiesta. Antes de que la savia primaveral se lance a trepar en los troncos, me dediqué a tumbar y tumbar. Tanta área como me consideraba capaz de limpiar bien antes de viajar.
Bueno, dos días de nieve adicional más el tiempo para que desaparezca me retrasaron. No logré terminar a tiempo. Pero ¡qué semanas! Pude gozarme con aquellas actividades en exterior que me faltaban en invierno. Desde media-mañana hasta el poniente. En jornadas cada vez más prolongadas. Con ritmo apacible (mi cuerpo me había rezondrado) pero emoción intensa.
La luz que llegaba por fin al suelo y a los arándanos (los de aquí se llaman “mirtillos”) alegraba mi corazón y me ligaba a quienes los cogerán este verano. La enorme pila de ramitas frescas nutría mi sueño de futuras sesiones compartidas alrededor de un triturador para convertirlas en alfombra de huertos u otros cultivos. El amontonamiento de rollos de abedul me brindaba todo un programa futuro para partirlos y experimentar mejores formas de secado. Las ramas de serbal me desafiaban a nuevas experiencias sobre su mejor uso.
Cada tarea y cada pausa me llenaban de pensamientos alegres, de comunión con la naturaleza, con mis vecinos, con los visitantes por venir.
Pero el gozo máximo venía cuando un rincón parecía suficientemente despejado (guardé algunos árboles: para los pájaros, porque eran bellos, porque pueden servir a colgar hamaca, porque su sombra agradará pausas o siestas): con la horquilla y diversas otras herramientas, ensayaba diferentes técnicas para rastrillar todo tipo de residuos que podrían estorbar aquel majestuoso gesto de mis vecinos, los mirtilleros del Perrier, cuando cosechan con peine industrial.
¡Qué gusto ver la diferencia entre el antes y el después!

Anoche regresé. Mañana empiezo de nuevo…
Las Fayas, viernes 30 de marzo del 2012