viernes, 16 de mayo de 2014

Tormenta latinoamericana en Las Fayas

Tormenta latinoamericana en Las Fayas
Luego de meses casi sin salir del cerro, gozándome con el retiro en medio de mis maravillas, luego de meses acostumbrándome a la idea de que una vida se terminó, de que ya me va a ser imposible hacer misiones a América Latina y casi imposible financiarme yo mismo viajes hasta allí, llegó la tormenta latinoamericana hasta mi antro, mis prados, mi casa, mi ser.
Inicialmente sólo se trataba de compartir un fin de semana con Teresa, la andante franco-latinoamericana cuyo corazón había quedado prendido de los paisajes y las vidas de Cotahuasi en el Perú. Me había dejado animar a ayudarle en sus reflexiones sobre la mejor manera de compartir en un cortometraje las imágenes y sentimientos que se había traído de vuelta. Terminada la película, me instaba a venir a verla en Paris pero ya no tengo mucho aguante para las ciudades. De armas tomar la joven: ¡se trepó al tren y apareció aquí!
Bastó una tarde de viernes en que comenzara a contarme sus andanzas por el sur del continente, a dedo, acampando, dejándose estar allí donde unas gentes o unos ambientes le llamaban, y un anochecer en que me enseñara su documental, para que estallaran las fronteras de mi cerro y que me encontrara volando como águila sobre esas regiones que tanto me han deleitado.
El sábado, no me quedaba otra que entrar a la reciprocidad y hacerle descubrir por qué califico esta zona como mis “Andes de Francia”. Aproveché mi reciente hallazgo (con bastones soy nuevamente capaz de hacer caminatas medianas sin sufrir casi) y salimos a recorrer. Creo que me impresioné tanto como ella…
Desde que no circulo mucho, había perdido la vivencia de tanta diversidad de paisajes, más bien de ambientes, en un área tan reducida. Al recobrar mis piernas, y con su presencia, reencontraba mis ojos andinos y me volvía a extasiar como en mis primeros tiempos: aquí otrora todo fueron praderas; pero abandono, regeneración natural y plantaciones crearon un mosaico de rincones mágicos tramado por una densísima red de caminos empedrados por los hombres. Sólo nos faltaba poder estar más tiempo para dejar que los duendes se confíen y vengan a saludarnos.
Todas las fotos son de Teresa Reyes

Al ensueño contribuía también el poder vivir en castellano ¡durante cuarentiocho horas! Claro, buscaba palabras porque el vocabulario se me escapa poco a poco, pero no traducía como suelo hacer en francés con mis vecinos: podía sentir y hablar en el mismo idioma, en la misma cultura.
Y ella contaba, contaba. Viajes y vivencias. Alentada por un escucha que conoce y comprende sin necesidad de explicar sino simplemente con el gozo de compartir. Y yo me transportaba en tiempos de mis propias idas, en horizontes de mis propias estadías. Y luego, al momento de la venida, me sorprendía de tener ahora como propios los recuerdos y las amistades que me había entregado.
¡Una tormenta! Sí. Y bienvenida. Que vino a sacudir mi pereza ermitaña, mi rutina de afrancesamiento. He ahí que su promesa de enviarme una araucaria para que la plante en mi terreno despertó mis dormidos delirios de queñoas y de llamas aquí. He ahí que en la noche mis usuales pesadillas sobre aeropuertos, equipajes, apuros de mi anterior vida gitana se trocaron en renovados sueños de sabores latinos y de películas sobre las hadas y los duendes en Las Fayas.
Poder soñar, ya es algo enorme. Pero también voy a renovar mi pasaporte que está venciendo. Por si acaso me dura el ensueño…

Las Fayas de Valcivières, miércoles 14 de mayo del 2014