miércoles, 25 de julio de 2012

20. Cuando el cerro se enoja…


Van dos meses (tres, ya que no había logrado traducir la nota 19 al castellano). ¡Cuántas notas escribí en mi cabeza en tantas semanas! Pero imposible ir más allá. No podía, no lo lograba.
Primero fue por la agitación que reinaba en mi casita. Estaba aún con el ensueño de la mágica carretilla de orugas cuando surgió la oportunidad tan esperada de una mini-excavadora mecánica para ayudarme en mis terraceos. Entre averías y prolongaciones fueron tres días en dos semanas. Pero dos semanas ocupadas por la máquina. Y dejaron mis espacios al sur colmados de amontonamientos de rocas grandes, de tierra vegetal, de tierra para mi terraplén oeste.
Luego tuve que ir al Cáucaso para volver a centrar las actividades de Armenia, arrancar por fin las de Georgia y, ¡felicidad!, transmitir la posta a mi sucesor. Fue súper-intensivo, fue híper-productivo, pero volví estrujado, con energías tan finas como una lámina llana de cinc.
¡Al diablo con mis ánimos! Apenas de vuelta, a inicios de julio, me esperaba una nueva sesión de mini-excavadora a fin de completar y limpiar lo anterior. A aguantar, pues. Dos días.
Al final fueron cuatro días. Los arreglos que yo tanto había delirado no estaban al alcance de la mano ni de mi carretilla, pero de la máquina sí. Me dejé ganar: cortar y sesgar en declive algo del “barranco” que amedrenta mi puerta sur; prolongar el tajo ya que al alto muro de piedras que protegía al antiguo “bachat[i]” le dio por desmoronarse y volverse peligroso; consolidar y rellenar los tajos a lo largo de la vía empedrada al este; ampliar y aplanar mi terraza del norte…
Estaba en la gloria: mi gran relleno alcanzaba por fin las dimensiones previstas hace mucho, aumentando la superficie donde mis pobres tobillos puedan pasearme por muchos años más; los espacios se correspondían bastante a mis diversas elucubraciones y pronto iba a poder comenzar mis adecuaciones: un gran cobertizo para leña seca y herramientas; poner flores y verduras por doquier; acondicionar rincones donde estar según la hora, el sol y el viento.
¡Dos días después me despertaba horrorizado al comprobar que mi casita se había mudado! ¿Me regocijaba con su entorno de naturaleza? ¡Ahora se había trasladado al centro de una… rotonda vehicular y mineral! Me había dejado ganar por la lógica circulatoria de la mini-excavadora, por la eventual facilidad de acceso en cuatro ruedas, por la… estupidez.


Sin energías, con el corazón en los suelos, con los sesos apagados, con el ánimo quebrado, anduve más de quince días sin fuerzas para volver a emprender mi vida de antes del Cáucaso. Las jornadas de verano ya no lograban cargarme. Me mantuve al acecho de algún daño físico. Nada.
Este sábado en la mañana empezó a salir la luz: las energías telúricas habían sido trastocadas al desplazarse rocas grandes y flujos de agua; la armonía, que aquí suele llenarme de todo, había sido perturbada; ¡el cerro se había enojado! Expresarlo ante mis vecinos y amigos me ayudó a entenderlo mejor aún. Entonces, hoy lunes, logro chambear, me siento mejor, hasta consigo enfrentar el teclado para este blog. ¡No todo está perdido! Si enmiendo errores, quizás se me brinde una segunda oportunidad y se restablezca la armonía perdida.
Las Fayas, lunes 23 de julio del 2012


[i] Bachat: gran pila cavada en tronco de haya donde llega el agua de la fuente para usos de la familia

19. De la veleta tragicómica a la carretilla mágica


Perturbado pero contento, así había retornado de Bolivia. Agotado, orillando el surmenaje, lo cual era normal luego de un ritmo demasiado intensivo para una edad sin piedad y un viaje de regreso con vueltas y yapa de días (tres en total). Y bastante perturbado: no es evidente recoger sus pasos allí donde hubo que escoger… y amputarse, como siempre. En Cochabamba había optado por mi casita francesa del cerro, hace dos años. En Cochabamba terminé esta estadía y saboreé… lo que entonces había dejado atrás. Volver ahora al “buron” no era meramente anecdótico.
Pero contento al fin. Contento con mi reencuentro en los Andes, con haber podido circular, y trabajar, y practicar mis artes de antaño. ¡Misión cumplida!
¿Misión cumplida? Estaba aún empapándome de los efluvios del cerro y de los ardores de las labores en curso cuando recibí un verdadero mazazo. “Faltan…” Faltaban muchas cosas en mi informe de “evaluación prospectiva” así que se me solicitaba más, y con urgencia.
Me derrumbé. Imposible volverme a meter a llenar casillas de “evaluador”, un ofocio que de hecho no es el mío. Imposible recobrar la visión y la claridad del “prospector”. Hice lo que pude, es decir poco, y preferí tirar la toalla, renunciar al contrato y al pago, por tanto a las tensiones y responsabilidades, por temor a quedar nuevamente con los sesos apagados por un año.
Estaba hundido en mi hoyo, perdida la confianza, tragando la angustia. Me eché sobre pico, pala y carretilla para saturarme con este otro cansancio que más bien regenera.
Una mañana, restablecidas las ondas telefónicas (que a menudo se pierden), recibí de Bolivia un mensaje atento a mis desventuras y que me libraba de los “complementos” sin negarme los emolumentos. Horas más tarde, una llamada del Cáucaso me anunciaba que algunas acciones empezaban en Armenia a dar cuerpo y vida a las palabras y delirios, que la estrategia inventada comenzaba a brindar frutos, que el optimismo podía retornar… y que mi reemplazo estaba aprobado. Pasé del fondo del hoyo a la cúspide de mi nube.
Hacer de veleta ascensional no es muy bueno para mi cabeza. ¡Pero qué rico y vigorizante cuando surge un viento cargado de esperanzas! Y siguió en la buena dirección, mi veleta: algunas horas más y me traía… la carretilla mágica.
Aprendizajes en la neblina
La carretilla mágica. Se dice que no hay que ser envidioso pero confieso que sí lo era. De mi vecino Jean-Baptiste y de su carretilla. Claro, tengo la mía. Hasta tengo dos. ¡Pero la suya! ¡Con motor y orugas! Para pasar por todas partes y sin cargar. Capaz de arrancar sin que uno sea experto. ¡He ahí que Jean-Baptiste proponía prestármela en su ausencia!
El miércoles hice mi aprendizaje apoyando a Bertrand e Isabelle, otros vecinos presentes en estos días. Ayer jueves me desvirgué a solas, juntando mis pilas de leña. ¡Estaba eufórico! Y ya no soy simplemente envidioso, ahora estoy malamente celoso: ¡eso es lo que necesito!
Mi sueño, en todo su esplendor
Pero tendré que hacer misiones internacionales para poder adquirirla… Esa es mi paradoja tan peculiar: mientras otros empujan su carretilla soñando con poder hacer grandes viajes, a mí me toca hacer grandes viajes para poder soñar con mi carretilla mágica…
Del original en francés del viernes 25 de mayo del 2012