Van
dos meses (tres, ya que no había logrado traducir la nota 19 al castellano).
¡Cuántas notas escribí en mi cabeza en tantas semanas! Pero imposible ir más
allá. No podía, no lo lograba.
Primero
fue por la agitación que reinaba en mi casita. Estaba aún con el ensueño de la
mágica carretilla de orugas cuando surgió la oportunidad tan esperada de una
mini-excavadora mecánica para ayudarme en mis terraceos. Entre averías y
prolongaciones fueron tres días en dos semanas. Pero dos semanas ocupadas por
la máquina. Y dejaron mis espacios al sur colmados de amontonamientos de rocas
grandes, de tierra vegetal, de tierra para mi terraplén oeste.
Luego
tuve que ir al Cáucaso para volver a centrar las actividades de Armenia,
arrancar por fin las de Georgia y, ¡felicidad!, transmitir la posta a mi
sucesor. Fue súper-intensivo, fue híper-productivo, pero volví estrujado, con
energías tan finas como una lámina llana de cinc.
¡Al
diablo con mis ánimos! Apenas de vuelta, a inicios de julio, me esperaba una
nueva sesión de mini-excavadora a fin de completar y limpiar lo anterior. A aguantar,
pues. Dos días.
Al
final fueron cuatro días. Los arreglos que yo tanto había delirado no estaban
al alcance de la mano ni de mi carretilla, pero de la máquina sí. Me dejé
ganar: cortar y sesgar en declive algo del “barranco” que amedrenta mi puerta
sur; prolongar el tajo ya que al alto muro de piedras que protegía al antiguo
“bachat[i]”
le dio por desmoronarse y volverse peligroso; consolidar y rellenar los tajos a
lo largo de la vía empedrada al este; ampliar y aplanar mi terraza del norte…
Estaba
en la gloria: mi gran relleno alcanzaba por fin las dimensiones previstas hace
mucho, aumentando la superficie donde mis pobres tobillos puedan pasearme por
muchos años más; los espacios se correspondían bastante a mis diversas elucubraciones
y pronto iba a poder comenzar mis adecuaciones: un gran cobertizo para leña
seca y herramientas; poner flores y verduras por doquier; acondicionar rincones
donde estar según la hora, el sol y el viento.
¡Dos
días después me despertaba horrorizado al comprobar que mi casita se había
mudado! ¿Me regocijaba con su entorno de naturaleza? ¡Ahora se había trasladado
al centro de una… rotonda vehicular y mineral! Me había dejado ganar por la
lógica circulatoria de la mini-excavadora, por la eventual facilidad de acceso
en cuatro ruedas, por la… estupidez.
Sin
energías, con el corazón en los suelos, con los sesos apagados, con el ánimo
quebrado, anduve más de quince días sin fuerzas para volver a emprender mi vida
de antes del Cáucaso. Las jornadas de verano ya no lograban cargarme. Me
mantuve al acecho de algún daño físico. Nada.
Este
sábado en la mañana empezó a salir la luz: las energías telúricas habían sido
trastocadas al desplazarse rocas grandes y flujos de agua; la armonía, que aquí
suele llenarme de todo, había sido perturbada; ¡el cerro se había enojado! Expresarlo
ante mis vecinos y amigos me ayudó a entenderlo mejor aún. Entonces, hoy lunes,
logro chambear, me siento mejor, hasta consigo enfrentar el teclado para este
blog. ¡No todo está perdido! Si enmiendo errores, quizás se me brinde una
segunda oportunidad y se restablezca la armonía perdida.
Las Fayas,
lunes 23 de julio del 2012
[i]
Bachat: gran pila cavada en tronco de haya donde llega el agua de la fuente
para usos de la familia