lunes, 2 de enero de 2012

12. El año vino con parabienes... y correntadas


No, lo siento, no son los primeros a quienes, en este incipiente enero, estoy deseando las mejores venturas para el año 2012. Sorpresivamente hubieron otros antes. Unos vecinos, que tienen su casita de campo en el caserío inmediatamente abajo, habían salido de paseo, nos cruzamos, nos saludamos e intercambiamos parabienes.

Nos cruzamos pero eso no estaba en mis planes. En realidad, yo no estaba de paseo. Era casi el mediodía y había salido, en pijama, bata, chullo peruano y lámpara frontal, descalzo en suecos, a tomar un café en mi terraza del sur-oeste antes de ponerme a escribir. Pero resultó difícil aguantarme: el paisaje era pura sinfonía de aguas; cincuenta centímetros de nieve se estaban derritiendo a todo dar y el agua cantaba por todas partes.

Tal como estaba, bajé empujado por la curiosidad de ver mis drenes, si estaban funcionando, si el torrente corría por los caminos o si se distribuía en los terrenos. Llegué a la vía empedrada. El gran chorro de arriba no superaba el segundo dren. Alegría. El chorro menor que sale de mi terreno rebalsaba el tope y se iba por la vía. Decidí seguirlo para comprobar todo.

Es así cómo me crucé con los vecinos. Es así cómo cambió mi programa del día: nada de escribir; a acomodar drenes y acequias; a aprovechar la fuerza del agua para una buena limpieza de un máximo de vías. Subí a vestirme y traer herramientas y me regalé… un día de gloria. Los pies en el agua, removiendo hojas y ramas y terrones. Pude gozar la primera hora de sol en cuatro días. Hasta que la neblina vuelva a dominar y que luego el anochecer inicie su teatro.

Recién ahora puedo dedicarme al teclado y venir a saludarles: nos deseo a todos un alegre 2012.

¿Por qué alegre y no “próspero”? Porque eso me enseñó el 2011… Hace mucho que no había pasado tanto tiempo sin ver a muchos de ustedes. Sin embargo ustedes alegraron mi 2011, mi primer año completo en el cerro. Estuvieron aquí permanentemente presentes, acompañándome en mis aprendizajes, guiándome con la complicidad de nuestros sueños que intento ahora plasmar en vida luego de haberlo hecho sobre todo en libros. Y su presencia me dio fuerzas para gozar cada detalle del instante, cada mínima mejora en las condiciones materiales, cada matiz del día, en vez de lamentarme de carencias que la prosperidad hubiese podido resolver.

Hablo de “nuestros sueños”. Sí pues, algún sueño de lo que puede ser la vida rural nos inspiró en todos estos años. Pero anoche me sorprendí. Cenaba solo, por tanto con ustedes y conmigo. Apenas una botella de champagne y un foie gras (no tengo méritos en la cantidad, me harté de comer en las visitas de la última semana). Solito surgió un balance alegre del 2011: ¡me lo gocé. El lema de mi diario era “aprendizaje de la supervivencia” y nunca me sentí en supervivencia aquí. El clima, mi entrenamiento a disfrutar con poco y el apoyo de amigos bastaron para que la pase bien.

¿Y el 2012? Esa fue la sorpresa. Era incapaz de soñarlo. No me nacía. ¿Quizás algo de ilusión me estaría faltando? Claro, siempre alguien o algo falta. Y a veces esa ausencia se siente fuerte. Pero, quizás también se trate de un aprendizaje: ya no estoy para aprender a sobrevivir aquí sino para aprender a vivir, simplemente. ¡Bienvenida al 2012!

¿Y si para vivir lo importante fuera saber recibir y compartir más que saber soñar?

Original en español, Las Fayas, domingo primero de enero del 2012

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