sábado, 12 de noviembre de 2011

7. De Las Fayas al Cáucaso

Van ocho días que están cerradas las puertas de la casita del cerro. Con el dolor de mi alma tuve que encargarme de todas las medidas  requeridas para evitar tropiezos de agua, hielo, fuego u otro durante la ausencia. Pero lo hice también con el corazón alegre por la perspectiva de ir a descubrir un nuevo rincón del planeta: el Cáucaso.

Primera vez en un año que salgo de Francia. Un año sabático, pues. Con mi residencia estable recién puesta en Las Fayas (así se llama el lugar en dialecto, así lo registra el sistema de impuestos, me conviene aquí) desde el solsticio de invierno, soñaba con vivir un ciclo completo de las cuatro estaciones. Se me escapó el otoño. Apenas puedo seguir el día a día del clima con internet y fluye la añoranza cuando compruebo que se acumulan las jornadas soleadas.

¡Vuelta a la sifilización, como decían amigos peruanos! Los dos primeros días, en Armenia, fueron un contraste chocante: no salí de la capital y estuve alojado en el… Marriott por gracia de los veinte años de la nueva república cuyos festejos colmaban los hoteles; tal diferencia de estilos y de ritmos fue dura de sobrellevar; pero al final sobreviví ya que, en cuanto a ritmos, nada que ver con la agitación de la Europa occidental!

Pero qué raro me sentía tratando de tener horarios, un programa diario; impedido de tomar el primer café de la mañana en plena naturaleza; empujado a la disciplina de lavarme a diario, de (dar la impresión de) preocuparme por mi vestimenta; de hablar en vez de escuchar pájaros; de tener que jugar al experto luego de meses en los que apenas fui aprendiz…

El jueves estuve de viaje terrestre entre Yerevan y Tbilisi en Georgia. El paisaje bastante árido del otoño me contaba los Andes secos y no me sentía tan desubicado. Viernes y sábado, estuvimos de terreno, hacia Kazbeghi, por tanto a pocos kilómetros de la frontera con la Federación Rusa. Estábamos a 1700 metros de altura y el relieve cordillerano era el de los Andes, la vegetación y sus árboles me recordaban el terreno encima de mi casita del cerro; tampoco me sentí desubicado.
Los Andes, la casita del cerro… espero que el Cáucaso vaya incorporándose paulatinamente en mi universo serrano. Pero eso de los idiomas no ayuda. Me siento autista ya que ninguno de los míos me sirve aquí: más o menos como me había sucedido en el Caribe inglés hace cuatro años. Pero con una gran diferencia: fuera del habla, aquí todo me… habla; los paisajes, la gente, el tipo de desafíos que me trae por estos lares; esto me brinda mucho para intentar compartir.

Además, ya que me he de dedicar a zonas naturales protegidas, me siento mejor preparado que antes: yo mismo vivo en una zona protegida, el Parque Natural Regional de Livradois-Forez…

Sí pues, les voy a confesar (mucho confieso desde que estoy con amores policíacos), en este domingo de descanso hallé otro pretexto para acercarme a los locales: me compré vinos georgianos y en este momento estoy probando el blanco, ¡el tinto será para esta noche! Es parte de la metodología: me explicaron que la producción de vino comenzó en esta parte del planeta; es mi deber comprobar estos antecedentes de aquello que alegra mi vivir en la casita del cerro, estudiar estos saberes antiguos que son el sabor de hoy, captar las relaciones entre épocas y áreas geográficas. ¡Estoy chambeando!

Pero sigue el dilema: ¿son compatibles el vehículo doble tracción para el terreno y la corbata del mundo oficial? Lo visto este viernes de madrugada delante del hotel Radisson de Tbilisi deja suponer que no: si no se escoge entre uno y otro, la cosa termina mal…
Versión francesa a Tbilissi, el domingo 2 de octubre del 2011

1 comentario:

cenizadeseo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.