sábado, 12 de noviembre de 2011

8. La casita del cerro, vista desde el Cáucaso

¡Algo malo ha de tener la casita del cerro! Por ejemplo para preparar un viaje… Pienso y vuelvo a pensar en eso en esta última semana en Georgia. Sí pues, entre mis pocas ganas de alejarme de La Zutterie (para que lo haga se requiere la urgencia de algunas compras o sobre todo la perspectiva de reencuentros lydílicos) y mi difícil y siempre breve acceso a internet, no verifiqué ni negocié ni preparé lo suficiente esta primera gira de reconocimiento en el Cáucaso.

Así es cómo ayer por la mañana me hallaba ante un futuro negro: quedar encerrado tres días (viernes, sábado y domingo) solito en mi hotel de Tbilisi antes de agarrar mi avión de retorno en la noche del domingo al lunes. Bueno, el viernes había resultado feriado pero tenía previsto al menos una reunión en la tarde y una cena en balcón sobre paisaje urbano en la noche; en cuanto a mi japonés (disculpen, no es broma fácil pero se llama Jaap y es la única forma que encontré para grabar al toque su nombre en mi memoria; en realidad es holandés, habla un  excelente francés y es la única persona con quien pude interlocutar y compartir momentos simpáticos durante estas semanas), en cuanto a mi japonés, pues, sólo iba a desaparecer en el transcurso de la mañana del sábado. Pero, ¡qué duro motivarme a levantarme al despertar del viernes!

Por suerte, un rayo de lucidez me alcanzó… ¿Tengo el hábito de andar por el planeta sin moverme de mi casa, circulando libre, de recuerdos en amigos? ¡Puedo proceder a la inversa! Bien puedo trasladarme a La Zutterie sin dejar el rincón del universo en que me encuentro casualmente. Es lo que hice.
Me conecté con Google Earth y estuve paseando varias horas. Primero busqué Valcivières y lo hallé… al toque. Luego ubiqué la casita del cerro y la contemplé tal como estaba, con su techo de paja, a inicios del 2004, meses antes de que la vaya a comprar. Entonces emprendí mis andanzas por los alrededores, el mini-altiplano de Los Iguales, el cerro de Monthallier, el techo ahora quebrado del “buron” que desde mi casa suelo observar allí arriba.

Me sorprendí en caminatas con mi andarina por las sendas que ya hemos compartido, por otras que ella descubre sin mí y luego me cuenta para empujarme a salir de mi monte cercano, por aquellas que soñamos con recorrer algún día.

Cansado por tantos pasos virtuales, regresé a casa, a mis visitantes. Para ellos dibujé los caminos que, desde el asfalto, llevan a La Zutterie, precisé la ubicación de mi cibercabina y museo que, testigo indispensable, les ayuda a entender la vida de antes en estos parajes. Me emocioné ante el aura de la enorme haya cercana que gusto de enseñarles cuando la vía está despejada.


¡Qué raro! Una mañana en hotel de Georgia me brindó la oportunidad de conocer mejor los paisajes que me rodean en Auvergne. Será cierto entonces: ¡algo bueno tiene internet! Pero no abusemos. Así que caminando me lancé en la tarde del sábado a recorrer la ciudad de Tbilisi. Por cierto, retorné con los pies ampollados, lo que no hubiese sucedido con Google Earth… Pero el disfrute tampoco hubiese sido el mismo.


¡Ah, algo bueno ha de tener la casita del cerro! Doy por prueba que, apenas llegado ayer, sus energías ya me llenaron y acabo de lograr terminar esta notita comenzada en Tbilisi.

Versión francesa en Tbilisi, el sábado 15 de octubre, y en La Zutterie, el viernes 21 de octubre 2011

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