Las dos últimas semanas de harta nieve
y frío fuerte con gran viento están terminando. Un sol espléndido derrite las vestiduras
blancas de los árboles. El cielo luce un azul excepcionalmente intenso, casi
marino. En los caminos nevados las huellas de pisadas se tornan hielo
resbaladizo. El aire tiene nuevo sabor en mis pulmones. La naturaleza habrá
tenido su gran ciclo tan importante para cargar napa freática y frenar plagas
varias y yo habré gozado mi hibernación.
Comienzan las vacaciones escolares de
invierno y durante un mes paseantes de a pie o con esquíes volverán a adornar
mis entornos. Algunas de las casitas vecinas estarán brevemente ocupadas. La
nieve tardará al menos cuatro o seis semanas en consentir el paso vehicular
hasta mi terreno pero pronto ciertas actividades de leñador se harán accesibles
por momentos.
Falta aún bastante para que la savia
se lance a trepar en la floresta pero ya siento un vigor renovado dentro de mi
sangre, energías, ganas de hacer. Es enorme el contraste con los dos meses
anteriores. Y es aleccionador.
Me estoy dando cuenta que existe una
gran diferencia entre invernar e hibernar, por más que se les use comúnmente
como sinónimos. Este año entré realmente en hibernación. Estuve tan sosegado y
disponible al encierro de la temporada que superé el mero reposo apacible para
dejarme penetrar por ese ritmo lento, por ese aminoramiento de… de todo, en los
revoloteos de la cabeza, en las necesidades físicas, hasta en los afanes de
disfrutar las maravillas del paisaje. Es mucho más que el “pasar el invierno”
de “invernar”. Es un poco como si el propio metabolismo hubiese disminuido su
trajín, a manera de la hibernación de las marmotas.
Mucho me falta aún por recorrer en
este camino, si es que vale la pena, pero esta primera oportunidad plena me ha
llenado. Hace más de un mes que no bajé a la ciudad. Apenas fui dos veces hasta
Le Perrier para arrancar el carro a fin de que no se congele. Ni siquiera me
preocupé en abrir muchas sendas en mi terreno, apenas aquella que me lleva a la
reserva de leña y a la mesita del café o del aperitivo. No me preocupé de
ningún mantenimiento o limpieza dentro de casa. Dejé de culpabilizar con mi
ausencia de respuestas a los mensajes del correo electrónico. Hasta mis
regocijos de naturaleza y de vida ermitaña discurrieron sin mayor voracidad.
Claro, tampoco me dediqué a las
escrituras que me había propuesto. Hubiese sido violentarme, querer imponer la
voluntad por sobre la disponibilidad, tener programa y obligaciones. Así es la
hibernación, no tiene páginas. Es un aprendizaje.
¿Para qué venir entonces a molestarles
con mis divagaciones si no sucedió nada? Bien, para que me perdonen traje dos
fotos ya que hace tiempo que no les regalaba ninguna. La primera es del último
árbol con colores de otoño, el cerezo silvestre.
La otra les presenta puerta y
ventana del hibernadero hace tres días.
Que las disfruten.
Las Fayas de
Valcivières, martes 10 de febrero del 2015
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