martes, 10 de febrero de 2015

La hibernación no tiene páginas

Las dos últimas semanas de harta nieve y frío fuerte con gran viento están terminando. Un sol espléndido derrite las vestiduras blancas de los árboles. El cielo luce un azul excepcionalmente intenso, casi marino. En los caminos nevados las huellas de pisadas se tornan hielo resbaladizo. El aire tiene nuevo sabor en mis pulmones. La naturaleza habrá tenido su gran ciclo tan importante para cargar napa freática y frenar plagas varias y yo habré gozado mi hibernación.
Comienzan las vacaciones escolares de invierno y durante un mes paseantes de a pie o con esquíes volverán a adornar mis entornos. Algunas de las casitas vecinas estarán brevemente ocupadas. La nieve tardará al menos cuatro o seis semanas en consentir el paso vehicular hasta mi terreno pero pronto ciertas actividades de leñador se harán accesibles por momentos.
Falta aún bastante para que la savia se lance a trepar en la floresta pero ya siento un vigor renovado dentro de mi sangre, energías, ganas de hacer. Es enorme el contraste con los dos meses anteriores. Y es aleccionador.
Me estoy dando cuenta que existe una gran diferencia entre invernar e hibernar, por más que se les use comúnmente como sinónimos. Este año entré realmente en hibernación. Estuve tan sosegado y disponible al encierro de la temporada que superé el mero reposo apacible para dejarme penetrar por ese ritmo lento, por ese aminoramiento de… de todo, en los revoloteos de la cabeza, en las necesidades físicas, hasta en los afanes de disfrutar las maravillas del paisaje. Es mucho más que el “pasar el invierno” de “invernar”. Es un poco como si el propio metabolismo hubiese disminuido su trajín, a manera de la hibernación de las marmotas.
Mucho me falta aún por recorrer en este camino, si es que vale la pena, pero esta primera oportunidad plena me ha llenado. Hace más de un mes que no bajé a la ciudad. Apenas fui dos veces hasta Le Perrier para arrancar el carro a fin de que no se congele. Ni siquiera me preocupé en abrir muchas sendas en mi terreno, apenas aquella que me lleva a la reserva de leña y a la mesita del café o del aperitivo. No me preocupé de ningún mantenimiento o limpieza dentro de casa. Dejé de culpabilizar con mi ausencia de respuestas a los mensajes del correo electrónico. Hasta mis regocijos de naturaleza y de vida ermitaña discurrieron sin mayor voracidad.
Claro, tampoco me dediqué a las escrituras que me había propuesto. Hubiese sido violentarme, querer imponer la voluntad por sobre la disponibilidad, tener programa y obligaciones. Así es la hibernación, no tiene páginas. Es un aprendizaje.
¿Para qué venir entonces a molestarles con mis divagaciones si no sucedió nada? Bien, para que me perdonen traje dos fotos ya que hace tiempo que no les regalaba ninguna. La primera es del último árbol con colores de otoño, el cerezo silvestre.
La otra les presenta puerta y ventana del hibernadero hace tres días.
Que las disfruten.

Las Fayas de Valcivières, martes 10 de febrero del 2015

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