Esta
mañana salió el sol sobre Lima. Tengo que aprovechar para buscar mi ánima que,
desde mi retorno el miércoles en la noche, se diluyó entre las garúas y
tristezas de esta ciudad.
Soy
del campo y hace ya cuarenta años que me acostumbré a enfrentar la depre de
todo regreso a la capital peruana luego de disfrutar en provincias. Pero esta
vez es peor: me siento rechazado; ya no logro restablecer la comunicación con
este mundo que compartí tantos decenios.
¡Tan
bien había arrancado este viaje! Apenas una semanita corta en la ciudad para
los contactos necesarios y los cariños de amigos y familias y ya me embarcaba
para la selva. Pucallpa primero que dejé por última vez en el 74; luego Puerto Bermúdez
dónde había aterrizado alguna vez el 74 o el 75; por fin surcando hacia el Alto
Ucayali para aquellas visitas de comunidades nativas a las que mi amigo Gastón
Villeneuve me invitaba hace cuarenta años y que no había podido emprender con
él. Navegar en la inmensidad del río-continente. Adentrarse en la magia de
pequeños afluentes en los que prolifera la vida, en las aguas, sobre las aguas,
en las riberas, en el bosque que poco se ve y mucho se escucha, en los aires…
Regresaba
cargado de emociones y de energías pero ya sabía que no encontraría aquella
ciudad de Lima a la que tan duramente me había acostumbrado, donde había
logrado hacerme un huequito más o menos sereno. Así es. En el aeropuerto ya no anuncié
la dirección usual: “Hostal Porta, en Miraflores, en Fanning con Porta”. Esta
vez hubo que dar los datos del amigo Jesús porque allí me alojo desde que los
humos limeños me condenaron al exilio.
Hostal
Porta. Era uno de mis secretos. Sólo revelaba sus coordenadas a los íntimos: no
se divulgan los lugares privilegiados a fin de preservarlos de la afluencia. Ahora
ya no importa. No volveré. Tampoco volveré a Miraflores. ¡“Prohibido fumar”!
Prohibido
fumar en la hostal que respira vida con sus paredes de adobe y su ambiente
familiar, prohibido fumar tanto en mi habitación como en esos patios donde
escribí tantas páginas de libros. Prohibido fumar en las terrazas abiertas de
cafés y restaurantes. Prohibido vivir en público para los fumadores. Prohibido
acercarse a Lima…
He
andado mucho y por muchos países y continentes y nunca me había sentido hasta
ese punto como un leproso condenado a esconderse, casi obligado a colgarse una
campanita para, al igual que los de antaño, anunciar su proximidad. Porque
nunca había encontrado tal dogmatismo anti-fumador.
Lo
peor es que no me sorprende. Está en consonancia con el dogmatismo de los humos
que se respiran en este nuevo mundo, humos de soberbia, humos de elitismo,
humos de negación de la vida y sus sabores y de dictadura del “éxito”. “Éxito”
y “triunfar” son los lemas dominantes en la publicidad y en los títulos de los
escaparates de librería. Una ciudad que ya no sirve para vivir sino solamente
para triunfar. Y que se jodan los que no quieren o no logran entrar a la
pasteurización del éxito, del modernismo a ultranza, del consumismo huachafo…
Personalmente
me gusta saborear la vida, sus sabores, sus cariños. Y el Perú me los brinda a
montones. ¿Lima? La comida lo dice todo. Para unos, los que tienen “éxito”, los
nuevos humos de “La Gastronomía Peruana”. Para la mayoría, pura harina de pescado,
con formato de pollo y en reemplazo de los ingredientes de tantos platos
tradicionales. Lo siento, el caucau con apollada harina de pescado no me
apetece.
Lima, Perú, el
domingo 30 de junio del 2013
1 comentario:
Hola Pierre, acabe de llegar a Lima, espero verte pronto, ojala!
Mandame un e-Mail a la GIZ porfa.
un abrazo, Eberhard
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