domingo, 30 de junio de 2013

Cuando los humos limeños embroman las maravillas peruanas

Esta mañana salió el sol sobre Lima. Tengo que aprovechar para buscar mi ánima que, desde mi retorno el miércoles en la noche, se diluyó entre las garúas y tristezas de esta ciudad.
Soy del campo y hace ya cuarenta años que me acostumbré a enfrentar la depre de todo regreso a la capital peruana luego de disfrutar en provincias. Pero esta vez es peor: me siento rechazado; ya no logro restablecer la comunicación con este mundo que compartí tantos decenios.
¡Tan bien había arrancado este viaje! Apenas una semanita corta en la ciudad para los contactos necesarios y los cariños de amigos y familias y ya me embarcaba para la selva. Pucallpa primero que dejé por última vez en el 74; luego Puerto Bermúdez dónde había aterrizado alguna vez el 74 o el 75; por fin surcando hacia el Alto Ucayali para aquellas visitas de comunidades nativas a las que mi amigo Gastón Villeneuve me invitaba hace cuarenta años y que no había podido emprender con él. Navegar en la inmensidad del río-continente. Adentrarse en la magia de pequeños afluentes en los que prolifera la vida, en las aguas, sobre las aguas, en las riberas, en el bosque que poco se ve y mucho se escucha, en los aires…
Regresaba cargado de emociones y de energías pero ya sabía que no encontraría aquella ciudad de Lima a la que tan duramente me había acostumbrado, donde había logrado hacerme un huequito más o menos sereno. Así es. En el aeropuerto ya no anuncié la dirección usual: “Hostal Porta, en Miraflores, en Fanning con Porta”. Esta vez hubo que dar los datos del amigo Jesús porque allí me alojo desde que los humos limeños me condenaron al exilio.
Hostal Porta. Era uno de mis secretos. Sólo revelaba sus coordenadas a los íntimos: no se divulgan los lugares privilegiados a fin de preservarlos de la afluencia. Ahora ya no importa. No volveré. Tampoco volveré a Miraflores. ¡“Prohibido fumar”!
Prohibido fumar en la hostal que respira vida con sus paredes de adobe y su ambiente familiar, prohibido fumar tanto en mi habitación como en esos patios donde escribí tantas páginas de libros. Prohibido fumar en las terrazas abiertas de cafés y restaurantes. Prohibido vivir en público para los fumadores. Prohibido acercarse a Lima…
He andado mucho y por muchos países y continentes y nunca me había sentido hasta ese punto como un leproso condenado a esconderse, casi obligado a colgarse una campanita para, al igual que los de antaño, anunciar su proximidad. Porque nunca había encontrado tal dogmatismo anti-fumador.
Lo peor es que no me sorprende. Está en consonancia con el dogmatismo de los humos que se respiran en este nuevo mundo, humos de soberbia, humos de elitismo, humos de negación de la vida y sus sabores y de dictadura del “éxito”. “Éxito” y “triunfar” son los lemas dominantes en la publicidad y en los títulos de los escaparates de librería. Una ciudad que ya no sirve para vivir sino solamente para triunfar. Y que se jodan los que no quieren o no logran entrar a la pasteurización del éxito, del modernismo a ultranza, del consumismo huachafo…
Personalmente me gusta saborear la vida, sus sabores, sus cariños. Y el Perú me los brinda a montones. ¿Lima? La comida lo dice todo. Para unos, los que tienen “éxito”, los nuevos humos de “La Gastronomía Peruana”. Para la mayoría, pura harina de pescado, con formato de pollo y en reemplazo de los ingredientes de tantos platos tradicionales. Lo siento, el caucau con apollada harina de pescado no me apetece.

Lima, Perú, el domingo 30 de junio del 2013

1 comentario:

Eberhard Goll dijo...

Hola Pierre, acabe de llegar a Lima, espero verte pronto, ojala!
Mandame un e-Mail a la GIZ porfa.
un abrazo, Eberhard