lunes, 12 de septiembre de 2011

5. Al calor de la leña y de los sentimientos

Mi primer invierno en la casita del cerro estuvo marcado por innumerables alegrías pero también por una angustia inevitable: el frío. No estaba para nada preparado. Bueno sí, en lo personal contaba con mi entrenamiento, sabía de mi capacidad a convivir con temperaturas muy bajas, aunque no tenía casi experiencia de la nieve. Pero no tenía leña, ni en cantidad ni en calidad, como para aguantar bien durante varios meses; la vivienda había sido salvada de la ruina y diversas obras la protegían mejor de la anterior humedad, pero tanto las viejas paredes de piedra y lo que quedaba de las antiguas puertas y ventanas como las nuevas superficies de techos y pisos carecían de acabados suficientes y dejaban penetrar por doquier el viento helado.

Por eso había titulado el diario de mis primeras aventuras como “aprendizaje de la supervivencia”. Por suerte era fácil tapar los huecos de la pieza principal donde me concentré alrededor de la chimenea y que se volvió cocina, comedor, salón, oficina y dormitorio. Además el clima me apoyó. No sufrí verdaderamente del frío y más bien la gocé.

El futuro invierno, mi segundo, ya no será de supervivencia y no será “por suerte”. Entre otras cosas porque el Thierry está funcionando… desde ayer. En la foto pueden ver el brillo del primer fuego. Por si acaso, “el Thierry” es el de la izquierda. El de la derecha es “Thierry” a secas. Bailando entre mis dos idiomas, perdido dentro de términos técnicos que mi memoria agonizante se niega a conservar, tomé la costumbre de dar nombre propio a diversos objetos nuevos para mí y que se incorporan a mi vida actual. A menudo es el nombre de la marca o del modelo. En este caso, como adopté la estufa de chimenea que Thierry iba a botar, la bauticé como su padrino e instalador.

De esta manera Thierry, vecino de mi hada Lydie, se incorpora a la cofradía de mis “hacedores”, los hacedores de la casita del cerro, aquellas personas que me brindaron sus artes para que la vida aquí sea cada vez más cómoda, cada vez más alegre, cada vez más armoniosa. Son unos cuantos y otra vez les hablaré de ellos.

¿Con sus artes? Sí, pero no sólo eso. Con sus sentimientos también. En la base siempre ha estado un cariño especial, cariño hacia esos cerros, sus ambientes, sus paisajes, o bien cariños hacia mi persona, o cariño hacia ambos en varios casos.

Es algo que me regocija permanentemente: nada aquí es impersonal, nada se limita a ser “objeto”, a responder mecánicamente a una necesidad material u otra; todo tiene una historia, todo tiene su vida, todo me relaciona con presencias y gentes de antes, de ahora, de mañana. Es una de las razones por las que nunca estoy solo: comparto cotidianamente con mis “hacedores”.

Quizás eso sea posible porque no tengo planes, no tengo modelo de cómo acondicionar esta vivienda. Dejo que nazcan ganas, ideas o sueños; me preocupo de tener las posibilidades materiales o financieras; y luego me limito a criar oportunidades, a concertar las ganas, ideas y sueños de quienes tienen el cariño y saben hacer; les dejo hacer a su manera. Como en mis libros de tiempos recientes: soy el hilo conductor de muchos autores que acojo y estimulo en vez de encasillarlos.


¿Para qué? Para impregnarme de momentos como los de esta foto. Lydie me brindó el sueño del Thierry, lo hizo posible, lo acompañó. ¡Qué placer estar juntos delante de las primeras llamas! Por si acaso, Lydie es la de la izquierda, el Thierry está al centro…

Les Fayes, lunes 12 de setiembre del 2011

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