viernes, 22 de julio de 2011

3. Les Fayes: ¡pura emoción!

Soy incapaz de describir Les Fayes, ese rincón de Francia que me acoge ahora. Estoy tan lleno de aquellas emociones que aquí me nutren que no puedo tomar distancia, observar, analizar, explicar. Tampoco tengo ganas de hacerlo. Hasta compruebo que ninguna de mis fotos puede expresar lo que siento aquí.

Porque no se trata de una emoción cualquiera sino simplemente aquella tan total que se llama la vida. Las vidas que encuentro: una naturaleza en pleno proceso de recomponerse, una sociedad rural también en pleno proceso de recomponerse. Y la mía propia.

La naturaleza es madre de mis mejores momentos, de los más privilegiados, esos en que hago la pausa (cualquier pretexto es bueno, cualquier hora es buena, cualquier clima es bueno) y accedo a poder recibir. Entonces acojo las imágenes de paisajes de serranías, tal como los Andes me enseñaron a verlos, que se extienden a lo lejos con sus relieves y sus caseríos; los jugueteos tiernos o violentos del aire y del cielo; las caricias de una vegetación pletórica de hierbas, arbustos y árboles que se hace diversidad para embobarme mejor; los colores, cantos y piruetas de toda clase de aves. Hasta estoy iniciándome al teatro de los insectos, sus formas y luces tan extraordinarias, su música, su agitación.

La fuertísima reducción de población humana y de pastoreo trastocó este ambiente y vida de naturaleza. Por sustitución ya que hace más de medio siglo muchos prados comenzaron a plantarse con pinos. Por abandono ya que las praderas sin pastar se hicieron matorrales de arándanos y retamas bajas, o bien se arborizaron con especies otrora escasas como abedules, arces, alisos. Una dinámica que sigue su curso y cuyas variadas fases puedo mirar en mi entorno.

Las vidas humanas que más me acompañan a diario son las tradicionales. Están en los muros que me albergan y en sus múltiples obras, especialmente las que traían o drenaban el agua y las que empedraban caminos para el paso de carretas y animales. También las escucho todavía en las labores de dotarse de la leña con que se calientan las casas; pronto me uniré a ellos para eso.

Esas vidas tradicionales son sobre todo las de gente desaparecida o jubilada. Están además las de habitantes menos antiguos quienes, en oleadas sucesivas de los últimos cuarenta años, se instalaron en esta zona que se despoblaba para vivir ahí, desempeñar oficios y saborear emociones comparables a las mías. Muchos están, ellos también, presentes dentro de mis paredes que visitan y que alegran con sus saberes y realizaciones.

Vacaciones y feriados largos atraen otras vidas: las de mis vecinos de Les Fayes y de Les  Chaumettes, todos adictos a sus “burons” y a esos parajes y a la vez tan diferentes entre sí; las de los caminantes que sólo están de paso pero que me encanta saludar cuando puedo y en quienes pienso cuando limpio y adorno el paisaje para que sus gozos alegren a la naturaleza.

Está finalmente la emoción intensa de mi propia vida que por primera vez en mucho tiempo estoy reuniendo aquí, conjugando Francia y Andes, alternando entre la carretilla y el teclado de la compu, intentando los aprendizajes de supervivencia que habrían de adquirirse de niño y el desprenderse que habría de llegar con la edad, saboreando la soledad, las visitas y los encuentros.

Emoción intensa, sí, aquella de sentir que me hago más completo, casi un hombre.

Les Fayes, 2 de julio del 2011

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