Claro, el clima suave, con poco frío
y poca nieve, ha influido bastante: no faltaron las oportunidades de
trabajar en exteriores y, por tanto, no se dio aquel proceso de
enrollo sobre las inmediaciones de la casa o alrededor de la estufa,
con el dulce adormecimiento de las horas y de los ritmos vitales.
Además, se multiplicaron los
complots para obligarme a salir de mi antro: Caucaso, mi mágica
carretilla oruguera, se negaba a caminar y exigía arreglos; la nueva
computadora reclamaba que se le adecue a mi contexto, los nietos que
me visitaron llegaban en tren a la ciudad o partían de ella. No hubo
semana sin viajecito.
Pero, sobre todo, creo que lo
determinante fueron esas cinco semanas de noviembre y diciembre entre
Bolivia y Perú, alrededor de una conferencia que me habían
solicitado en La Paz. Recoger mis pasos latinos siempre es placer;
esta vez la movida me salió con muchas removidas.
El sentimiento de desfase estuvo
ahí, latente, sin que logre situarlo bien, entenderlo a cabalidad.
Inicialmente pensé que se debía al contraste entre mi cotidiano
ermitaño en el cerro de Francia y esa escapada puramente urbana, con
los rugidos del ruido, del gentío, de la contaminación, de la
agitación, a los que ya no estoy acostumbrado.
También se me ocurrió que si la
complicidad con los viejos amigos no surgía tan espontánea era
porque la distancia ya no permite compartir el diario luchar y soñar.
O porque mi sosegada vida en retiro se alejó demasiado de los retos
que la precariedad creciente impone a todos en aquellos lares y me
lleva a cierto complejo de culpabilidad.
Necesité muchas semanas aquí para
comenzar a sospechar otros caminos. Arrancó cuando descubrí que
algo provenía de mi propia dificultad para entrar en reciprocidad al
intercambio: escuchaba pero no sabía expresar las dimensiones y
perspectivas de mi existir en Las Fayas.
Siento plenamente la densidad, la
intensidad, la riqueza, de ese estar en soledad, en silencio, en
naturaleza, en frugalidad. Pero no profundizo y, de ahí, no llego a
decir, a compartir.
No profundizo por dos razones. En
primer lugar porque se requiere tiempo y cinco años es poco aún
para despojarse de la ropa anterior, acoger la que venga y aprender
un juntos; en realidad lucho para no apresurarme. También, en parte,
por falta de interlocutores cercanos con quienes acompañarnos en la
liturgia del comprender, del buscar las palabras que no sean
palabrotas intelectuales y cerradas sino espejos que liberan e
inspiran.
En mis andares latinoamericanos tuve
innumerables acompañantes. A veces con unos, a veces con otros,
según los momentos, los desafíos y los lugares de mis
peregrinaciones, hablábamos y de esa interacción nacía el sentir,
el pensar. Tengo ahora buenos amigos franceses pero me sigo viendo
aquí como extraterrestre cuyo lenguaje es casi siempre abstruso para
los demás.
Tengo experiencia de cruzar
desiertos y su soledad y la situación no me molestaba… hasta este
último reencuentro en los Andes. Se está convirtiendo en una gran
sacudida que me aparta de la hibernación usual en esta época.
También en un acicate bienvenido. Quizás esté llegando el día de
completar el recibir con el compartir.
Ya tengo una pista. Mi joven vecino
Cristophe me acaba de interpelar: “Yo no te veo como un
extraterrestre sino más bien como un intraterrestre. Lo que me
motiva a mí es la relación que estableces con esta tierra de aquí.”
Bueno, estaba ciego, puedo tener acompañantes aquí, sólo hace
falta abrir los ojos y destapar los oídos.
Las Fayas de Valcivières, el
miércoles 2 de marzo del 2016
2 comentarios:
Cher Pierre,
fue un enorme placer de habernos encontrado en La Paz, sin embargo fue muy poco tiempo para hablar y sobre todo para compartir.
Lucho vino a Lima el mes pasado para muy poco tiempo, pero valió la pena igual para hablar y reencontrarnos desde tanto tiempo.
Aprovecha en el buen sentido lo que esta alrededor de ti y estoy segura que encuentras lo que estas buscando!
Un fuerte abrazo desde la gran y ruidosa ciudad,
Eberhard
En la búsqueda de documentos en mi pc, luego leyendo y releyendo me encontré con instrumentos que me dejó para documentar y rescatar aprendizajes. Lo recordé conversando con deleite en el jardío/patio del apartamento cerca del trabajo, vino a mi mente el sabor al ron zacapa, el recuerdo de Lieve Coppin y el calor con brisa de La Ceiba. ¡Buen tiempo!
Tuve deseos enormes de saber de Usted y aquí estoy, leyendo sus crónicas que, como siempre, me traen nostalgia de eventos que no me han sucedido.
Un abrazo
Balbina
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