Confieso
que no se me había ocurrido preparar y enviar mis parabienes para el nuevo año.
Inmerso en la naturaleza, el tránsito de un año administrativo a otro se nota
poco. Mi fecha clave había sido el 28 de noviembre con el arranque de la nieve.
Ahí se iniciaba el año climático, y mi tercer invierno aquí.
Claro,
el 31 de diciembre bajé a compartir con vecinos conocidos y desconocidos la gran
fiesta que habían organizado en la sede comunitaria. No era con el afán de
festejos sino para aprovechar esa oportunidad de ampliar mi incorporación al
paisaje social.
Entonces,
¿qué me motiva ahora? Ciertos efluvios imprevistos de una visita truncada.
El
2 de enero esperaba la venida de una familia de amigos que habían vacacionado
en el centro de Francia. Muchísimos años sin verlos, o muy rara y brevemente.
Pero, cuando me contactaron, surgió el recuerdo de aquella vez en que habíamos
compartido días lindos con el “ingeniero Juan Yanyác” y con Suana, como les
llamaban los campesinos. Fue en diciembre del 83, en Santo Tomás, Chumbivilcas,
Cusco, Perú, “allí donde el diablo perdió su poncho” según la tradición
peruana. ¡Qué mejor lugar para un reencuentro que mis Fayas!
Desde lo lejos, el paraje de la "adversidad": mi casa no se ve, está a media altura, 40% a la izquierda. |
En
aquel tiempo les envidiaba el poder permanecer ahí, lejos de la Lima donde
trabajo y familia me obligaban a tener mi base, inmersos ellos en una vida
rural densa en historia, en saberes, en cultura…
El
2 de enero no llegaron a mi casa. Oh, estuvieron cerquita, a apenas ochocientos
metros, en Le Perrier donde termina el asfalto. Pero intentaron confirmar el
camino a pie con el vecino que radica allí y éste les aseguró que… ¡yo no
estaba! Lo hizo con la mejor intención: mi auto había estado estacionado ahí
por un mes pero el deshielo me había permitido, dos días antes y sin avisarle,
acercarlo un poco más a mi terreno y disminuir la cantidad de pasos con las
cargas que tengo que subir. Pensó que me había ido de viaje, quiso evitarles
una subida frustrante, y la frustración fue mayor aún por ambas partes.
Todo
hubiera terminado ahí si, hace una semana, no hubiese recibido una muy gentil
carta de los amigos en la que, entre otros, me bromean sobre mi “gusto por la
adversidad” al haber escogido “parajes tan retirados”. Era broma, pues, pero me
quedé alelado: ¡yo que me siento un privilegiado al poder gozar de este retiro,
de este alejamiento de la contaminación, el ruido, la agitación, el consumismo,
al poder saborear esta inmersión, esta plenitud, esta densidad de vida.
El
viernes pasado compartí con Yank, el vecino apicultor que me visitaba, la
sorpresa de esta “adversidad” y terminamos regodeándonos, en exteriores, ante
el esplendor del “adverso” paisaje invernal, ante las “adversas” enigmas de
huellas animales, ante las “adversas” salutaciones de grandes abedules cuyas
cabezas besan el suelo bajo el peso de la nieve que ha regresado…
De
ahí me nacieron las ganas de este mensaje de año nuevo: nos deseo a todos un
2013 pletórico de “adversidad”, deseo a los de mi generación la oportunidad de
reencontrarse con esta “adversidad” porque el disfrute es ahora mucho mayor que
a los veinte años, ya no es simple paréntesis (antes de tener casi
inevitablemente que enfrentar las ciudades y las carreras laborales), es un
apoteosis, un reencuentro con la esencia de los esenciales de la vida.
¡Que
viva el 2013! ¡Que viva la “adversidad”!
Las Fayas,
lunes 21 de enero del 2013
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