Perturbado
pero contento, así había retornado de Bolivia. Agotado, orillando el surmenaje,
lo cual era normal luego de un ritmo demasiado intensivo para una edad sin
piedad y un viaje de regreso con vueltas y yapa de días (tres en total). Y
bastante perturbado: no es evidente recoger sus pasos allí donde hubo que
escoger… y amputarse, como siempre. En Cochabamba había optado por mi casita
francesa del cerro, hace dos años. En Cochabamba terminé esta estadía y
saboreé… lo que entonces había dejado atrás. Volver ahora al “buron” no era
meramente anecdótico.
Pero
contento al fin. Contento con mi reencuentro en los Andes, con haber podido
circular, y trabajar, y practicar mis artes de antaño. ¡Misión cumplida!
¿Misión
cumplida? Estaba aún empapándome de los efluvios del cerro y de los ardores de
las labores en curso cuando recibí un verdadero mazazo. “Faltan…” Faltaban muchas cosas en mi informe de “evaluación
prospectiva” así que se me solicitaba más, y con urgencia.
Me
derrumbé. Imposible volverme a meter a llenar casillas de “evaluador”, un ofocio
que de hecho no es el mío. Imposible recobrar la visión y la claridad del
“prospector”. Hice lo que pude, es decir poco, y preferí tirar la toalla,
renunciar al contrato y al pago, por tanto a las tensiones y responsabilidades,
por temor a quedar nuevamente con los sesos apagados por un año.
Estaba
hundido en mi hoyo, perdida la confianza, tragando la angustia. Me eché sobre
pico, pala y carretilla para saturarme con este otro cansancio que más bien
regenera.
Una
mañana, restablecidas las ondas telefónicas (que a menudo se pierden), recibí
de Bolivia un mensaje atento a mis desventuras y que me libraba de los
“complementos” sin negarme los emolumentos. Horas más tarde, una llamada del
Cáucaso me anunciaba que algunas acciones empezaban en Armenia a dar cuerpo y
vida a las palabras y delirios, que la estrategia inventada comenzaba a brindar
frutos, que el optimismo podía retornar… y que mi reemplazo estaba aprobado.
Pasé del fondo del hoyo a la cúspide de mi nube.
Hacer
de veleta ascensional no es muy bueno para mi cabeza. ¡Pero qué rico y
vigorizante cuando surge un viento cargado de esperanzas! Y siguió en la buena
dirección, mi veleta: algunas horas más y me traía… la carretilla mágica.
Aprendizajes en la neblina |
La
carretilla mágica. Se dice que no hay que ser envidioso pero confieso que sí lo
era. De mi vecino Jean-Baptiste y de su carretilla. Claro, tengo la mía. Hasta
tengo dos. ¡Pero la suya! ¡Con motor y orugas! Para pasar por todas partes y
sin cargar. Capaz de arrancar sin que uno sea experto. ¡He ahí que
Jean-Baptiste proponía prestármela en su ausencia!
El
miércoles hice mi aprendizaje apoyando a Bertrand e Isabelle, otros vecinos
presentes en estos días. Ayer jueves me desvirgué a solas, juntando mis pilas
de leña. ¡Estaba eufórico! Y ya no soy simplemente envidioso, ahora estoy
malamente celoso: ¡eso es lo que necesito!
Mi sueño, en todo su esplendor |
Pero
tendré que hacer misiones internacionales para poder adquirirla… Esa es mi
paradoja tan peculiar: mientras otros empujan su carretilla soñando con poder
hacer grandes viajes, a mí me toca hacer grandes viajes para poder soñar con mi
carretilla mágica…
Del original
en francés del viernes 25 de mayo del 2012
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