Domingo.
Nueve de la mañana. Estoy sentado en la terraza de La Terraza. En Sopocachi. En
La Paz. En Bolivia. No es lo que estaba previsto para mi primer retorno a
América del Sur desde que me instalé en mi casita del cerro en Francia. Durante
todo el 2011 soñé con una oportunidad para ir al Perú y festejar ahí mis
cuarenta años en ese país. No se dio. Al menos aquí estoy y lo disfruto.
Esta
mañana el internet no funciona, o casi. Ni en el hotel ni en La Terraza.
Gracias a ello me libro de mis rutinas urbanas de despertar virtual mientras la
cabeza se compone. Me acerco un poco más a mis rituales de casa: saborear un
gran café al aire libre. Pero confieso que estoy de todas maneras algo perdido.
Sé que necesito descansar luego de una semana agotadora circulando en terreno
entre Cochabamba, Potosí y La Paz. Sin el escape de internet, mi tendencia
natural me llevaría a sumergirme en la chamba. El blog me brinda otra opción.
En
realidad hace varias semanas que ando algo perdido. Creo que me cuesta esa
alternancia entre mi “buron” de las alturas francesas y la multiplicación de
viajes. Playas de dos o tres semanas en mi base entre dos giras lejanas parecen
insuficientes para regenerarme. Sensación extraña la que me ha quedado de mi
estadía en Las Fayas desde que había regresado del Cáucaso a fines de marzo. Me
esperaban las ramas y troncos de mi desmonte de inicios de marzo. Apenas si me
dediqué a ellas.
Al
inicio, mientras estuvo soleando, más me llamó la limpieza del potrero de mi
propio terreno. Años preparando condiciones para acondicionar un espacio para
eventuales terraceos y plantaciones. Aproveché el ambiente seco para recorrer
la parte anteriormente pantanosa, para descubrir ahí cómo se extienden cada vez
más las matas espontáneas de arándanos, para entrar a despejarles áreas donde
propagarse, para desbrozar nuevas zonas a fin de visualizar futuros andenes y
la forma en que podría circular ahí el agua, para…
Luego,
los días mezclaron nubes, lluvias, nieves livianas, neblinas, sesiones de sol.
Difícil programarse. Y las solicitudes de Honduras, de Georgia, de Bolivia me
encerraban en la compu, en salidas en pos de un buen internet, de una
impresora, de una estafeta de correo… La agitación del mundo exterior, pues.
Hasta que me embarcara de nuevo.
¡Qué
diferente es estar presente, disponible, viviendo las oportunidades y
requerimientos del clima diario, de la temporada, de mis propios delirios, y
llegar con plazos, con tareas que cumplir dentro de un calendario externo al
que brinda la propia naturaleza!
Tener
todo un programa de actividades, con su cronograma, sí que vino bien en esa
primera semana en Bolivia. Porque el afán era ir en poco tiempo al encuentro de
muchos en muchos lugares. Y eso permitió acoger en pocos días todo un paisaje
de gentes, de acciones, de reflexiones. ¡Qué contraste, sin embargo, con la
intensidad apacible del estar sin límites que disfruté durante mi primer año en
mi cerro!
Bueno,
privilegiado he sido. Punto. No siempre se puede. Y al mismo tiempo sigo siendo
privilegiado al poder volver a los Andes de América, recoger mis pasos,
llenarme de los sabores, de los afectos, de las tantas emociones que siempre
recibo. Poder también seguir tejiendo la hamaca que reúne mis Andes de Francia
con los Andes de América. Es lo que hago, y lo gozo. El tiempo de un café y de
un blog y se me pasó la añoranza. Gracias a ustedes por permitirme este blog.
La Paz,
Bolivia, domingo 22 de abril del 2012
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