viernes, 27 de abril de 2012

17. Desde los Andes de América



Domingo. Nueve de la mañana. Estoy sentado en la terraza de La Terraza. En Sopocachi. En La Paz. En Bolivia. No es lo que estaba previsto para mi primer retorno a América del Sur desde que me instalé en mi casita del cerro en Francia. Durante todo el 2011 soñé con una oportunidad para ir al Perú y festejar ahí mis cuarenta años en ese país. No se dio. Al menos aquí estoy y lo disfruto.
Esta mañana el internet no funciona, o casi. Ni en el hotel ni en La Terraza. Gracias a ello me libro de mis rutinas urbanas de despertar virtual mientras la cabeza se compone. Me acerco un poco más a mis rituales de casa: saborear un gran café al aire libre. Pero confieso que estoy de todas maneras algo perdido. Sé que necesito descansar luego de una semana agotadora circulando en terreno entre Cochabamba, Potosí y La Paz. Sin el escape de internet, mi tendencia natural me llevaría a sumergirme en la chamba. El blog me brinda otra opción.
En realidad hace varias semanas que ando algo perdido. Creo que me cuesta esa alternancia entre mi “buron” de las alturas francesas y la multiplicación de viajes. Playas de dos o tres semanas en mi base entre dos giras lejanas parecen insuficientes para regenerarme. Sensación extraña la que me ha quedado de mi estadía en Las Fayas desde que había regresado del Cáucaso a fines de marzo. Me esperaban las ramas y troncos de mi desmonte de inicios de marzo. Apenas si me dediqué a ellas.
Al inicio, mientras estuvo soleando, más me llamó la limpieza del potrero de mi propio terreno. Años preparando condiciones para acondicionar un espacio para eventuales terraceos y plantaciones. Aproveché el ambiente seco para recorrer la parte anteriormente pantanosa, para descubrir ahí cómo se extienden cada vez más las matas espontáneas de arándanos, para entrar a despejarles áreas donde propagarse, para desbrozar nuevas zonas a fin de visualizar futuros andenes y la forma en que podría circular ahí el agua, para…
Luego, los días mezclaron nubes, lluvias, nieves livianas, neblinas, sesiones de sol. Difícil programarse. Y las solicitudes de Honduras, de Georgia, de Bolivia me encerraban en la compu, en salidas en pos de un buen internet, de una impresora, de una estafeta de correo… La agitación del mundo exterior, pues. Hasta que me embarcara de nuevo.
¡Qué diferente es estar presente, disponible, viviendo las oportunidades y requerimientos del clima diario, de la temporada, de mis propios delirios, y llegar con plazos, con tareas que cumplir dentro de un calendario externo al que brinda la propia naturaleza!
Tener todo un programa de actividades, con su cronograma, sí que vino bien en esa primera semana en Bolivia. Porque el afán era ir en poco tiempo al encuentro de muchos en muchos lugares. Y eso permitió acoger en pocos días todo un paisaje de gentes, de acciones, de reflexiones. ¡Qué contraste, sin embargo, con la intensidad apacible del estar sin límites que disfruté durante mi primer año en mi cerro!
Bueno, privilegiado he sido. Punto. No siempre se puede. Y al mismo tiempo sigo siendo privilegiado al poder volver a los Andes de América, recoger mis pasos, llenarme de los sabores, de los afectos, de las tantas emociones que siempre recibo. Poder también seguir tejiendo la hamaca que reúne mis Andes de Francia con los Andes de América. Es lo que hago, y lo gozo. El tiempo de un café y de un blog y se me pasó la añoranza. Gracias a ustedes por permitirme este blog.
La Paz, Bolivia, domingo 22 de abril del 2012

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